Raúl Daniel

¡Papá!

 

Algunos te llaman “viejo”,

otros te dicen “señor”,

y a ti lo mismo te da;

yo prefiero en el amor

y el respeto que te debo

denominarte: “papá”.

 

De niño me sostuviste,

me aconsejaste de joven,

pero recién, ya maduro,

creo, te estoy entendiendo.

 

Se está acercando tu día

y la cuenta estuve haciendo,

recuerdo tus alegrías,

en tus labores las peso

y, agregando en la balanza

tus pesares y “corridas”:

¡siempre saliste perdiendo!

 

¿Valió la pena tu vida,

en verdad lo que has hecho:

darnos comida, vestido,

educación y un techo

para toda la familia,

a cambio de estar cansado

y alguno que otro beso

que te dimos, descuidados?...

¿será que te ha satisfecho?

 

La honradez que nos legaste

con tu precioso ejemplo,

que arduamente mantuviste

en renovado intento,

y en tus trabajos honestos

que realizaste sin pausa,

demostrarnos que se puede

andar con la frente alta.

 

Algunos padres pretenden

a sus hijos por amigos,

y no son pocos aquellos

hijos que quieren lo mismo.

 

Tú razonas con acierto

porque pretendes lo bueno,

y en esto igual te da;

pero amigos ya tengo

y otros puedo conseguir,

pero padre hay uno solo,

(según razono a mi modo)

y como puedo elegir,

yo de ti sólo pretendo

que seas siempre: ¡mi papá!