AmparoIglesias

Echo de menos.

Echo de menos…

Que me arranques la piel en un abrazo y que después de la última vez de todas las veces, siga encontrándome con tus ganas de quitarme de encima todos los orgasmos que me sobran.

Añoro también la poca elegancia que pusiste para invitarme a tu vida, y que encuentres más encanto en unas medias rotas que en los pantalones más distinguidos.

Que cada vez que te alejabas estabas más cerca de volver por enésima vez y quedarte para siempre.

Y de repente, todo corazón se vuelve pequeño para la inmensidad de latidos que tengo preparados por si vuelves; y toda voz afónica para el montón de poesía que quiero recitarle a tus sentidos.

Me devoran las hipótesis sobre un futuro incandescente.

Echo de menos…

El tacto de tus sueños.

Todos los verbos que se te cogen a la sudadera y se conjugan con mi nombre.

Dime que hago con todas las cartas que me ha dado el destino jurándome que en tu bragueta, estaba la pareja.

Añoro la perfección de tu columna vertebral cuando dormías bocabajo tapándote de la vida; asustado por todo lo que suponía las catorce veces seguidas que habías dormido en mi colchón.

Deberías acompañarme al silencio, que allí donde las palabras no llegan y se nos empiezan a caer los versos, aparecen las miradas sinceras que barren la mendacidad con hábil destreza.

Echo de menos…

El oxígeno que me aportan tus regresos, aun a pesar de que siempre caigamos en el mismo error de querernos más allá de los límites que nos impone tu miedo al compromiso; del pavor a compaginar dos trenes que descarrilan en el momento en el que te hago hueco en el armario y en el diario que habla del nombre de mis hijos.

Quiero rezarle a cada uno de los milagros que se esconden en tus vértices y hacen crecer mi fe en todo lo que supone que existas.

Podrías quedarte a vivir entre mis piernas, al sur de nuestras promesas, al este de nuestro camino, al oeste de la dirección a la que apuntan mis pies cuando te beso de puntillas y al norte del país de tu cobardía.

El epicentro podemos ponerlo en tu bragueta, que no se me ocurre mejor lugar para ocasionar catástrofes que deriven en alguna esperanza rota o un deseo condolido.

 Echo de menos…

Abrazarte cuando te llueves encima, y fumarte cuando todo en ti supone un vicio que tienta a la salud.

Mis lunares están ahí, pero se niegan a despertar de este estado comatoso desde que no pernoctas en mi piel.

No se cuanto de cierto cabe en la palabra ‘’amor’’  o cuanto de real en la palabra ‘’sueño’’, pero conjugadas me queda algo como soñar tu amor mientras todo el amor me cabe en un sueño, y eso irremediablemente, ya no me suena tan horrible.

Dejaría que tu última bala me volase la vida, como tu último beso me voló la falda, y revivir en otro momento en el que tengas ganas de mis genes andando descalzos por el salón de casa.

Echo de menos…

Que no me quepas en mis versos.

Y que me hayan negado su compañía los poetas, porque los ojos a los que dedico mi tinta, son comentados entre sus letras.

Añoro que me añores y vuelvas, aunque sea un par de noches semanales, aunque sean unas noches sueltas.

Añoro que añorándome me llames para no decir nada, porque se ha apoderado el temor de la iniciativa de tus cuerdas vocales.

Pero lo que más echo de menos, es no haber vivido nada de esto contigo, y que cuanto añoro pueda hacerlo solo a medias, sin poder ponerme a la altura de la pérdida de algo que nunca he tenido.

Ni poseído.

Y que mis versos, sin embargo, te guarden con la propiedad que se tiene sobre uno mismo.