Oscar Perez

El saludo de un hombre feliz

El saludo de un hombre feliz

 

Yo no vengo a morirme, ya me he muerto

demasiadas veces para seguir con la agonía,

ya he muerto por nacer, por ver el mundo

y eso sin elegir, que fue el azar quien lo dispuso.

Era mi nada angelical un cielo puro,

un dulce navegar por un espacio constelado,

lleno de miel y de tibieza, de olas subterráneas,

en él nombre no tuve, ni patria, ni deberes,

en él yo fui feliz, como la piedra envuelta en musgo,

pero debí nacer, las ruedas infinitas

giraron y salí con mi verdad hecha un sollozo.

Así llegué, vine a vivir con dientes y uña,

con lástima, con sol, con gran orgullo,

llegué a vivir sin saber nada de la aurora,

ni de mi mismo, pues recién me presentaron,

esta es mi madre, supe, aquél, de pie, tu padre,

y este planeta un sitio verde y venerable,

pero tan maltratado como todo lo terrestre,

esa de allá tu casa, todos los otros tus vecinos

y tú el nuevo verdor que ha de anunciar más primaveras.

Debo decir que siempre amé venir al mundo,

que pese a la heredad de prisas y dolores,

al sátrapa, al injusto, al que se miente cada día,

amé y amo aún pertenecer a nuestra especie,

al sujeto que soy, con mis virtudes y defectos,

y al prójimo que soy, siempre feliz de saludarlos,

de a diario combatir, aún con grandes dudas,

en el reino de nuestra humanidad y sus murallas,

con sus molinos y serpientes, y a veces hasta con mi hermano.

Por eso digo aquí: no he de morirme,

ya abracé el mar, ya sentí el sol, ya eché semillas,

ya tuve que llorar en la hora más desgarradora

y sonreí y amé en la simpleza de un encuentro,

y sonreí y amé hasta después de los adioses.

Quiero decir que dejo todas mis raíces,

que guardo en mi rincón aquellos frutos de mi siembra,

que reparto cada vez esta verdad de ser hermanos,

de querer algo mejor para el que viene en la colina,

que soy pleno y feliz sencillamente porque vivo,

porque he visto colocar una bandera en aquel monte

y un beso en cada flor o en cada rostro de un recuerdo,

o aún mejor un gran abrazo en un atento semejante.

Tampoco has de morir, te lo detallo porque cantas,

porque cargas mil cajones, porque enseñas,

porque fabricas con metal esa ventana,

esas cucharas o simplemente das el pan horneado al mundo.

Si has vuelto de un dolor ya eres eterno,

si has ganado aquel amor, ya eres eterno,

si insistes en brindar por la alegría y la esperanza,

por los injustos cuando van sin más dudar al vertedero,

eres eterno y vivirás en cada ser que bien se acuerde,

que siga junto a ti o después de ti con tus batallas.

Hagamos pues eterno el mediodía,

la hora del fervor, de las hazañas,

de poner fin al mal de tanto mercader absurdo

que pretende que hasta el sol debe pagarle dividendos.

No muero, tú no mueres, ya otro día

habremos de partir y lo hablaremos en la plaza,

por hoy es limpio el cielo, el pueblo canta

y en los campos las semillas se convierten en manzanos,

vivamos junto al mar, junto a las razas que lo habitan

y en tierra junto al pan que repartimos trabajando.

No muero, tú no mueres, viva el mundo,

te toca caminar y a mi seguirte en las cenizas,

el fuego arrasador de cada día nos encuentre

puros, felices, y ya viviendo eternidades

con un vigor hecho sonrisa y voluntad de un nuevo cielo,

con la verdad del que entendió que tiene sentido su jornada.

Es todo, nada más, me llama el viento,

en la gran mesa volveremos, viva el amor y feliz día.

 

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12 07 14