Carlos Fernando

Perfecta plenitud

Hacerse inmune a lo imperfecto.

Abandonar para siempre la tristeza,

mirar desde otro Universo

el devenir de las gentes,

la miseria, la injusticia,

y que no duela.

Dejar de ofenderse

por las controversias,

por las opiniones discordantes,

por las cosas aberrantes,

por la fealdad del alma

de algunos

que se llaman a sí mismos...

pensantes.

Apartarse de las pasiones,

las bajas e inmundas,

lo mismo que de las consideradas

altamente nobles,

que en el fondo no son

sino un pretexto a quien las cultiva,

para sentirse superior a los otros.

Mirar, como un espectador

inmune y mudo;

la ingratitud,

el Derecho pisoteado

por esos mismos

que promulgan las Leyes,

por los gobernantes,

por el ciudadano común

que se aprovecha de quien puede,

que tira sus basuras en las calles

a sabiendas que las cloacas

y los albañales se azolvan

provocando que las calles

y las ciudades se sumerjan

con el agua de las lluvias.

No hacer partido,

con ninguna causa

que se traiciona a sí misma

en cuanto triunfa.

Hacerse sordo para los insultos,

para las palabras soeces,

para las palabras necias

que el resto del mundo pronuncia

a la menor provocación de ira.

Volverse mudo para no repetirlas,

para no llenar de inmundicia

la boca de uno.

Mirar, sin juzgar,

sin inquietarse

por todo aquello que sucede

y disgusta.

Subir esa escalera invisible

que lleva el alma

a un destino de quietud,

de profunda plenitud

para sentir tan solo

una amorosa compasión

por los que quedan

en un plano más bajo

de existencia.

No digo: morir,

sino existir

en esa eternidad

donde un segundo

dura para siempre.

Donde el pasado y el futuro

se unen al fin en el presente

que no deja de ser.

Aquietar el alma

para solamente experimentar

un sentimiento constante

de amar a la vez, lo bello y lo imperfecto

en un solo e indivisible objeto de amor.

Es posible, alcanzable, deseable.

Porque todo bando

y su contrario tienen en parte la razón,

complementándose.

Sin luchar,

sin el caos que

sin importar las armas,

producen las confrontaciones.

Ya sea la pluma o el fusil,

la Doctrina Política o la Religión en turno,

la lengua que maldice

o el oído que la escucha maldecir.

Levantarse más allá

de donde la lluvia

para algunos,

es promesa de abundancia,

y para otros,

el arroyo que amenaza

con arrancarles la vida

y  con llevarse lo poco o lo mucho

que han logrado amasar como algo

precioso y corruptible.

Perecedero.

Salir de este caótico e imperfecto universo

donde la materia lucha

por transformarse de una cosa en otra.

Y percibir lo imperceptible.

Llegar donde Dios,

deja de ser concepto religioso,

materia de disputa.

Padre o Madre o mito.

Y percibirlo como la Realidad

y el Todo que es:

Perfecta plenitud.