Su mirada, armonía lumínica de infinito espíritu, viajaba heroína, hasta la capsula nublada de su amado enamorado, iluminaba intensa la prisión de su cuerpo; sombras se apilaban en los túneles de su corazón intentando detener los cansados latidos apenas perceptibles cuando solitario hacia presión en su torso buscando algún golpesito que le indicara esperanza.En ese enlace bondadoso de miradas, momentáneamente infinito, él sintió que su interior rebozaba de sonrisas, que morían aquellas sombras y que su corazón comenzaba a chispear como fogata originada de gratitud. Ella temía pero era inevitable, en el jardín de sus sentimientos se mostraba un pinpollo florecer, sentía una calidez difusa que la intranquilizaba, una suavidad de caracolas, un enredar de ramajes, una impresión de primera zambullida, aun no lo amaba, pero aquel brote surgía irremediable.