kavanarudén

No todo está perdido




Miré la mirada tierna, transparente, inocente y frágil de un niño.

Medité sobre la sencillez, la simplicidad, la transparencia que había perdido con el pasar de los años. Pensé que aunque aparente ser fuerte, dentro soy solo un niño frágil.

 

Observé la mirada perdida de un anciano moribundo, en un hospicio, abandonado por su familia.

Medité sobre lo que somos capaces de hacer los seres humanos y el valor de la vida, aún en el momento de su desenlace.

Acaricié su rostro, quise ahogar tanta soledad. Su mirada agradecida, su lágrima sincera, son dos tesoros que guardo dentro de mi alma.

 

Contemplé el dolor y las lágrimas de una madre al lado del cadáver de su hijo.

Medité sobre la muerte. El amor de madre. La impotencia ante tal situación. Lo profundo que puede llegar a ser el dolor.

 

Vi a un padre violento que maltrataba verbal y físicamente a su hijo pequeño en medio de la calle. Recordé experiencias vividas en pasado. Pensé en la herida que llevaría ese niño dentro, para toda su vida.

Medité sobre la crueldad a la que se puede llegar y al poder de la ignorancia.

 

Miré a una joven caída en la calle y gente que la esquivaba. Extendió su mano y nadie la ayudó, todos estaban apurados o no querían comprometerse.

Medité sobre el egoísmo del ser humano y la brutalidad a la que podemos llegar.

Me vino a la mente la palabra del evangelio: “No le hagas a nadie lo que no te gusta que te hagan a ti” “con la vara que midas, serás medido”

 

Vì un bosque completamente destruido por el fuego. Un lago contaminado. Un animal maltratado, abandonado y no pude evitar el meditar sobre la bestialidad a la que puede llegar la raza humana. Creerse dueño y Señor de la creación, con el derecho a destruir.

Me pregunté sobre el futuro de nuestro hermoso y maltratado planeta.

 

Acaricié y abracé a mi amigo sufriente, sin decir palabra alguna.

Reflexioné sobre el poder del gesto, la fuerza del afecto. El valor de la amistad.

 

Observé a un padre en el parque con su hijo, lo abrazaba, besaba, jugaba con él.

Pensé en la capacidad de ternura que tiene del ser humano. De proyectarse en otra vida protegiéndola, respetándola, amándola, creciéndola.

 

Miré dos ancianos que caminaban agarrados de la mano en medio de un parque. Ella apoyaba su cabeza en su hombro. Él la besó tiernamente. Sonreí y medité sobre el poder y el milagro del amarse. Que hemos sido creados para la felicidad. Que el amor existe, que es posible y vale la pena. Que puede llegar a ser eterno.

 

Contemplé una puesta de sol. Un amanecer. Una rosa acariciada por el rocío mañanero.

El plácido volar de las aves. Los ampos de tulipanes en flor. En niño jugando inocente con su perro. Una madre amamantando a su pequeño. Dos amantes corriendo felices por la horilla de la playa…

Medité sobre la grandeza de la creación; la existencia de Dios, su gran amor por la humanidad. ¡No todo está perdido! ¡Hay esperanzas! ¡Bendito seas Señor y gracias por el don de la vida!