Tizzia Holwin

¡Que Bonita estás Tristeza!

¡QUE BONITA ESTÁS TRISTEZA!


Ya veo que te has aponsentado en esta casa y que descansas sobre la cama del olvido, entre sábanas de distancia y en la almohada del tiempo acurrucada. En el observatorio donde la soledad lo acompañara; me miras y pícara sonríes desde esta habitación que aún conserva su fragancia.

¿En que momento se hizo más importante la posesión? Dímelo bonita, habla.

Porque en mí, su recuerdo no ha perdido el valor y duele tanto entrar a esta casa; vacía de él, tanto, que lo demás; importa nada.

¡Que bonita estás tristeza!

Abrázame, que vengo dolorosamente cubierta de nostalgia, llévame a recorrer cada rincón, todo lo que alguna vez fue su espacio.

Dame a beber todas las huellas de sus pasos cansados, quizá eso bonita, pudiera endulzar mi alegría, mi esperanza.

Muéstame el murmullo de sus ojos, el dulce sonido de su voz cuando cantaba.

Su voz, su voz bonita; quiero platicar con ellos, antes de decir adiós, antes, de que se pierdan en la nada.

Quiero guardarlos en este para siempre de la memoria, en el correr del tiempo que llamamos infinito, rescatarlos antes de caiga sobre ellos, la maldita posesión, la nada.

Si bonita, la nada.

Esa que pesa en los cuerpos, esa que posee en un momento y transforma el recuerdo en página blanca con el pasar del tiempo, que tengo miedo de que a mí, también se me atrofie el alma.

¡Que bonita estás tristeza!

Enrédate sin miedos, se por hoy, mi serpentina suspirada, con tu compasión aprieta mi garganta y derrama sobre mí todo lo vivido, todo, los llantos y las carcajadas.

La certeza de un amor extraordinario que habitaron estos muros, constriudos poco a poco, con sus manos, con sudor y lágrimas; pero también con gritos y sonrisas, tortugas, becerros, higos maduros, el granado de la abuela y el olor a pan, que impregnara nuestros cuerpos.

Que esto, bonita, es la más grande posesión para quien verdaderamente ama.

Conduceme al instante exacto de aquellos días en que soportarlo todo, venció de golpe al Goliat que fuera mi gigante.

¡Que bonita estás tristeza con tus ojos derramados!

Al observar sobre la mesilla, una taza de café sin terminar; como él, ya frío, ya viejo, carente de perfume y del latir dentro de su pecho, ausente ya, sin reflejo que inunde el espacio donde transcurren ahora nuestras vidas.

¡Que bonita estás tristeza!

Y con que ternura enjugas mis mejillas antes de partir a su nueva casa, donde una placa da lo mismo, bienvenida y despedida.

Ya su aliento se ha perdido en la melodía dispersa de un silbido que está por ningún lado.

Ven, susurrame al oído... -respira hondo, alégrate por todo vivido-

¡Ay bonita, otra vez la sed me invade!

Esa sed de sus abrazos, de dormir en su rodillas mientras canta o está silbando.

Misericorde compañera, incorporame de un roce y una flor deja caer sobre este marmol, dame el gesto necesario para decir adiós.

Disfraza bonita.

Este rictus de dolor y píntame una sonrisa, vuelve conmigo sobre lo que fueron nuestros pasos, reposa de nuevo en esa cama y sigue alimentando en mí, esta nostalgia. ¡No permitas que olvide, no, no lo permitas!

¡Adiós bonita, llevo ya conmigo la más valiosa posesión, y no la encontrará la nada!

Perdona, ya debo irme...

El amor y la hermosa vida me llaman.


 

©Tizzia Holwin 

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