Raúl Daniel

En el silencio y la obscuridad

En el silencio y la obscuridad

 

En el silencio y la obscuridad el hastío juega contigo,

no tienes muchas opciones, ni siquiera un amigo.

“La soledad es el precio que pagan los egoístas

por no renunciarse y dar…”

(Lo leíste alguna vez, no recuerdas en qué lugar).

 

Pero la vida continúa, y tendrás que continuar,

y, a pesar de todo puedes: sonreír y trabajar.

Ayer te fuiste al cine y hoy piensas salir a cenar,

quieres comer algo exótico, no importa en qué restaurant.

 

Los recuerdos te traicionan y quisieras olvidar,

pero no logras la paz, (cada vez se aleja más),

no es que estés desesperado, (aprendiste a meditar),

sólo que no existe ciencia que te pueda explicar.

 

Tú debías trabajar y ellos eran pequeñitos,

tu madre no te enseñó ni a besar, ni a acariciar;

se ocupaba tu mujer, (aunque no, en realidad).

te ibas de madrugada, al volver se habían dormido,

nadie nunca te explicó y tú estabas rendido.

 

Ni a tu mujer atendías, bueno, como se debía;

creías que “ser familia”, eso, la contentaba,

¡cuántas cosas ignorabas!, ni sabías lo que hacía,

ni con quienes se juntaba, ella, también ignorante,

buscó quien la contentara (o sea: encontró un amante).

 

La oficina, el negocio, muy poquito de deportes,

(por no perder el “estado”), calcular, pensar, hacer,

sumar, restar, atender; las cuentas que te salían

muy pocas veces cuadraban, pero, ¿si te esforzaras?

 

Hasta que un día se dio ¡el gran negocio esperado!

te habías sacrificado… y ese socio que ayudó.

Pasaron algunos años de triunfos, aciertos, éxitos,

alguno que otro empréstito, agio, especulación…

¡hasta un cambio de gobierno favoreció tu intención!

 

Te hiciste rico, famoso, empresario envidiado,

todo un ejemplo a seguir. Tus hijos, los que estudiaron,

emprendieron sus carreras, tú, con los que quedaron,

acrecentaste la empresa, hoy reunidos en la mesa,

estarán, no lo sabes, ni puedes asegurarlo.

 

El día en que descubriste que te estaban defraudando

siempre regresa a tu mente y te vive torturando.

No pudiste comprender que ellos te hicieran eso,

y al contarlo a tu mujer ¡se pusiera de su lado!

 

La ruptura de la empresa por el lío del divorcio,

ya no quiso saber más nada aquél que era tu socio,

tus hijos quisieron sus partes, y en toda esa masacre

sin dioses ni religión, no faltaron abogados

que se quisieran comer el pedazo del león.

 

Algún poco te quedó, aunque eso no te contenta,

a pesar que te gustó siempre el trabajo de imprenta.

Pero quisieras dormir alguna noche tranquilo,

siempre buscando entender, ¡siempre pensando lo mismo!

 

¿Cómo pueden unos hijos ser tan desagradecidos?,

¿Robarle a su propio padre?... ¿Cómo se siembra el cariño?,

¿En donde se aprende a amar?, ¿Será que ya es muy tarde?,

¿Por qué fue que no lloraste el día en que murió tu madre?

 

Si tuvieras tu papá le querrías preguntar,

pero él los abandonó cuando tú eras un niño,

(ni sabes por qué pasó), y después alguien te dijo,

un día, que se murió… (¿Se habrá ido al Paraíso?)

Y preguntas, preguntando: ¿Será que existe un Dios?,

¿Será que me está mirando?, pero quisieras saber:

tu dolor, será… ¿hasta cuándo?