Donaciano Bueno

La pluma (palabras moribundas III)

Era de septiembre un caluroso día

La flora tardía de olor perfumaba

la estancia vacía que a solas penaba.

La luna asomaba, el sol se dormía,

la lluvía caia, casi  bostezaba.

 

Del extremo oscuro sentada una silla

dormitando triste en silencio esperaba

de unas posaderas que en ella posara.

Levitando absortos y algunos dormidos

figuras insignes miran compungidos.

 

Preside la mesa, al centro un tintero

esperando ansioso que se alce la pluma

pero un ¡ay! traicionero ¡maldito reuma!

se eleva y recae y extinta rezuma

-atento escondido está el sepulturero-.

 

Por una ventana se asoma la bruma

y allí en el mismo acto se prepara el duelo,

desde las paredes gimen sin consuelo

lágrimas resbalan que llegan al suelo

y por las baldosas derraman su espuma.

 

Los sacros silencios de un avemaría,

perdido entre rezos que un réquiem cantaba,

alguna plegaria a lo lejos se oía.

La luz se apagaba, la melancolía,

era atardecer en Castilla y soñaba