LIZ ABRIL

MI QUERIDO DESCONOCIDO

Te imagino de pie... sosteniendo el mate con una mano y en la otra la cortina para espiar el cielo por la ventana. Vaya a saber que soledades pueblan tus pupilas. Vaya a saber qué recuerdos caminan por tu mente. Hoy fue un día, como cualquier otro. Ese ir y venir transitando la rutina. Pasos que se pierden. Sombras que se desdibujan en la pared de la esquina. Y ahí estás de pie, antes de decidirte a caminar el corto espacio que te separa de la computadora. Al fin y al cabo sólo se trata de unir dos soledades que se encontraron entre tanta gente que camina indiferente.

Te imagino sonriendo al pensar que eres el habitante de un pueblo lejano y extraño, casi desconocido.

Al que tal vez llegaste tarde, como llegaste tarde a todo en tu vida.

Será por algo... te repites. Será por algo... Todo sucede por una razón. Y te agrada pensar eso de que los últimos serán los primeros y de que quién ríe último ríe mejor. 

Al fin y al cabo eres un sobreviviente. Eres un soldado de la vida que no depondrá sus armas ni aún llegando el final.

Te imagino corriendo la cortina, aún con el mate en la mano. Sacudiendo tu cabeza de lado a lado, como si con ese simple gesto pudieras alejar los pensamientos.

Caminas, pensando ahora en el tiempo, en ese que cada vez más te preocupa. Ha pasado a ser un factor preponderante, porque la vida no se detiene, porque el mundo sigue girando, porque aún es tiempo de amar, de disfrutar, de ser feliz... pero sin embargo ahora llegas a tu silla y te sientas solo ante ese aparato para buscar en el ciberespacio lo que no encontraste en otro lugar. 

Mi querido desconocido, yo te estaré esperando. Aquí, como todos los días... para acompañarte un rato antes de que cierres los ojos a otra noche más. Yo te estaré esperando para tomar mi desayuno mientras leo tus mensajes. Yo te estaré esperando para poblar  el silencio de versos antiguos y de otros nuevos. Para contarte historias de amores ocultos, secretos y prohibidos, como esos de las cartas que se enviaban por correo o que en otros tiempos llevaba un mensajero. Para irte conociendo de a poquito, noche a noche, día a día, sorbo a sorbo, como ese licor que se toma para entrar en calor en el invierno.

Y tal vez un día nos crucemos en cualquier calle y nos reconozcamos en medio de esa gente que camina indiferente. Y nunca, nunca, nunca... seremos dos extraños.