Diaz Valero Alejandro José

Un nido en el suelo - Cuento ( 4/4 )

UN NIDO EN EL SUELO (Cuento de Alejandro J. Díaz Valero - Maracaibo Venezuela)


Capítulo IV:  Un sorpresivo avistamiento. (Último capítulo)

Después de una larga jornada ya el bosque tenía otro aspecto, cada uno había hecho su activa participación para restaurar su madriguera y de alguna manera contribuir a restaurar la de áquellos que no podían valerse por sus propios medios. Fue una ardua tarea, pero hecha con mucho entusiasmo y dedicación resultó ser una tarea fácil.

 

Todos estaban satisfechos por el trabajo realizado, todos se sentían orgullosos de ser habitantes de aquel bello lugar, donde la alegría de uno, era la alegría de todos, y la desgracia de uno, también lo era de todos.

 

Cuando ya cada uno iba a retirarse a su madriguera a descansar por el intenso día de trabajo, hubo un sorpresivo avistamiento que la Guacamaya hizo desde la rama donde estaba parada. Era un nido que estaba en el suelo, oculto entre secos pajonales, húmedos todavía por el efecto de la lluvia, que si bien había cesado, aún quedaban charcos de agua que poco a poco irían secándose con la ayuda del sol.

 

Ese nido en el suelo sorpresivamente tenía sus habitantes, pues un ave estaba sentada dentro de él, y bajo su plumaje, algunos huevos estaban esperando el tiempo propicio para convertirse en pichones.

 

Todos los animales se dirigieron al sitio para ver qué pasaba, y todos estaban dispuestos a prestar su ayuda para que ese nido fuese de nuevo levantado en algún árbol cercano, donde seguramente estaría más seguro.

 

Cuando los animales del bosque se acercaron al nido, donde un ave de plumaje pardo, anidaba, el ave al verlos llegar, se asustó un poco y escondió la cabeza bajo su ala, en un intento desesperado por esconderse de aquella multitud que de manera sorpresiva había abordado la intimidad de su vivienda.

 

-Hola amiga, le dijo la Guacamaya

 

El ave al ver que todos venían en tono amistoso, sacó la cabeza de su escondite y los recibió muy amablemente

 

-       Hola amigos, ¡qué fuerte tormenta eh!

-       Hola, contestaron todos, luego habló la Guacamaya en representación del grupo: “Venimos a ofrecerte ayuda para que puedas levantar tu nido. Tal vez mientras lo hagas te cuidemos tus huevos y te ubiquemos un árbol cercano donde puedas hacerlo”.

 

-       ¿Árbol cercano?, ja ja ja , contestó ésta, ¡No, amigos, estoy muy bien, no se preocupen por mí!

 

-       Pero es que con tu nido en el suelo corres múltiples peligros. No temas, entre todos te ayudaremos

 

-       Vaya ocurrencia amigos, subir mi nido a un árbol, ja ja ja parece como si la tormenta les hubiese afectado la memoria. Es normal que dentro de un estado de tribulación se ofusque la mente y se pasen por alto algunas cosas muy obvias, porque estamos ensimismados en querer brindar nuestra ayuda.

 

-       ¿Pero por qué te niegas a recibir la ayuda que voluntariamente te ofrecemos?

 

-       No es que me niegue, apreciados amigos, es que mi nido no puede ser colocado en un árbol.

 

-       ¡Claro que puede!, nosotros buscaremos la rama adecuada y te brindaremos todo nuestro apoyo para que puedas hacerlo.

 

-       No amigos, recuerden que soy una codorniz, y las codornices anidamos en el suelo, es allí donde ponemos nuestros huevos y donde los empollamos.

 

Todos los animales rieron a carcajadas y entendieron que efectivamente el cansancio de aquella jornada les había hecho olvidar tan importante detalle.

 

Así que todos, cansados pero felices, se dirigieron a sus respectivas casas dejando a la codorniz con su nido en el suelo, calentando sus huevos y levantando sus alas diciendo adiós a todos y agradeciendo aquel bello gesto de querer ayudarla a subir su nido en las ramas de un árbol cercano.

Y todos se fueron recitando estas estrofas:

 

Señora Tortuga

usted dijo que iba a llover

y que la madre natura

se iba a enfurecer.

 

Usted pronosticó el desastre

y nos convidó a estar alertas,

usted es grande

y se le respeta.

 

Sólo le faltó decir

lo del nido en el suelo

que doña Codorniz

tenía sus polluelos.

 

Ya todo ha pasado

fue un malentendido

que siga empollando

en su viejo nido.

 

Y así finaliza

la historia del bosque,

si te parece bonita

repítela entonces.

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FIN