Raúl Daniel

Carta A Mi Tía Luisa (para ser leída en el cielo)

Carta A Mi Tía Luisa (para ser leída en el cielo)

 

Te fuiste sin avisarme

(aunque sabía que lo harías).

La última carta de mi madre

me trajo la necro-noticia...

y después de algunos días

estoy con ganas de hablarte...

 

¡Claro!, será en el espíritu,

de otra forma no podría,

y, Dios mediante, ¡en el verbo

alado de mi poesía!

 

¡Mi querida tía Luisa...!

que transitaste la vida

sin hijos y sin marido,

renunciando a tus derechos

por un servicio abnegado

a tu madre viuda y enferma

y a esas tiernas, huérfanas

criaturas: tus hermanos...

y tal vez, ya por costumbre,

a todos... dándote y dando...

Tu tiempo se fue pasando

y me tocó una gran parte

(como sobrino y ahijado).

 

¡Cuán mal que te he pagado,

siendo aquél que más amaste!,

fuiste tía, padre y madre

¡y nunca me reprochaste!

 

Hoy prefiero recordarte

antes de estar jubilada,

en tus mejores momentos,

cuando más te prodigabas,

en mi escuela primaria

(como ordenanza y portera),

¡cuánto orgullo que me daba

ver que todos te querías

y ponían por ejemplo!

 

Servicial, dispuesta, amable,

¡nunca se te oyó gritar

ni exhalar ninguna queja!,

al contrario, dabas gracias

a Jesús, siempre y por todo,

consiguiendo de ese modo

ser digna de toda confianza,

pero para tu desgracia:

también ¡bastante envidiable!

 

Y hablaron mal de ti...

(los de siempre, los mediocres),

pero tú igual los amaste

y serviste sin reproches...

y aunque austera y sin vicios:

¡fue el servicio tu derroche!

 

 No predicaste tu fe,

tu vida fue el testimonio,

nunca hablaste del demonio

(tal vez no lo conociste),

¡tan ocupada en dar!,

que en hechos y no palabras

al Evangelio me diste...

 

Haciéndome la comida,

protegiéndome en tu casa,

lavando y planchando mi ropa,

regalándome hasta plata,

¡toda palabra me es poca

y se anuda mi garganta!

 

Hace mucho que no estamos

compartiendo nuestras vidas,

pero sigues a mi lado

como patrón de medida;

para saber te comparo,

cuando quiero entendimiento

en cuestiones de egoísmo,

piedad o desprendimiento;

aunque ausente, eres mi espejo

de descubrir la mentira...

 

Yo no sé muy bien los tiempos

ni el rigor ni las sazones,

pero sí las condiciones, precio y  calidad

que estipuló el Maestro:

Amor, Esperanza, Fe,

Misericordia, Justicia...

¡Nos veremos otra vez,

con toda seguridad!

 

(Y será una eternidad

que tu amor devolveré).