LIZ ABRIL

EL CAMINO

 

Se estaba haciendo muy larga la caminata bajo ese sol blanquecino, que le daba de lleno en los ojos y hasta cegaba un poco su visión. El auto había quedado atrás, al costado del camino, con las balizas prendidas y el capot levantado. Se sentía cansado, pero no quería que lo sorprendiera la noche en ese lugar tan alejado, al parecer, de todo el resto del mundo.

Había decidido tomar ese camino para llegar más rápido, incluso le había resultado tan placentero su recorrido. Serpenteaba en medio de árboles añosos que arrastraban sus ramas al compás de una suave brisa. Era un camino olvidado, pero todavía estaba en condiciones de ser transitado. A los costados se divisaban pequeños grupos de otros árboles, algunos incluso tenían algunas flores lilas y otros ostentaban la belleza de grandes flores rosadas.

Parecía un paisaje digno de un cuento de hadas.

Hasta que el auto, de golpe y sin previo aviso se había detenido.

Sus pocos conocimientos de mecánica no le permitieron dilucidar cuál era el problema. Entonces decidió empujar el vehículo al costado para que no le fuera a molestar a algún ocurrente viajero, que como él decidiera tener la estúpida ocurrencia de elegir pasar por ahí.

Hacía por lo menos dos horas que caminaba y no había divisado ni casa, ni persona, ni siquiera un perro, que indicara que se acercaba a algún pueblo dónde pedir ayuda.

Solo el sonido de los pájaros poblaba aquella soledad.

Sus piernas ya no querían hacerle caso. Iba a tener que descansar, por alguna razón el celular no tenía señal, había intentado varias veces llamar y encima de tanto intentar comunicarse se estaba agotando su batería.

Vio cerca un árbol inmenso y encaminó sus pasos hacia él. No supo por qué lo abrazó, era como que necesitaba sentir ese contacto refrescante. La rugosa corteza parecía conservar todavía el calor de los rayos del sol, que ya habían desaparecido por completo detrás de esas sombras boscosas.

Apoyó su espalda y lentamente fue deslizándose hacia el piso, con su piernas encogidas, apoyó las manos en la tierra fresca, su nariz se pobló del olor del pasto que crecía alrededor y sus ojos se fijaron en las flores silvestres de color lila que salpicaban el suelo, creando un mosaico natural de una belleza extraordinaria. Dejó vagar su mente por los acontecimientos que lo habían impulsado a emprender el viaje y sin poder evitarlo, se quedó dormido.

Cuando se despertó un calor suave le recorría el cuerpo, el fuego en la chimenea ardía y desprendía pequeñas chispitas que daban la impresión de salir volando. Llegaba a sus oídos una suave melodía en la voz de una mujer. No sabía exactamente desde que lugar de la habitación venía, porque por momentos parecía alejarse y luego volver con más fuerza. Hablaba de amores perdidos.

Cuando quiso incorporarse, tuvo una fuerte puntada en la cabeza, que lo hizo recostarse nuevamente en el sillón donde se encontraba. Recorrió con sus dedos lentamente la tela gastada y sintió como un nudo se alojaba en su garganta. 

De golpe se acordó del auto y mirando por la ventana la oscuridad reinante le hizo comprender que la noche estaba bastante avanzada.

Un crujido leve en las tablas del piso detrás suyo lo hizo girar lentamente la cabeza, entonces, la vio.

Tenía el cabello largo, tan largo que pasaba su cintura. Era de un color casi blanco, con reflejos plateados. Unos ojos verdes bordeados por unas tremendas pestañas oscuras le daban un aspecto sobrenatural, como una muñeca, de esas que su hermana guardaba en el ropero como recuerdo de su infancia.

Su rostro blanco, sus manos con dedos alargados y tan blancos como su cara. Por un leve instante le dio miedo. Pero la sonrisa que afloró luego a los labios de aquella mujer, le inspiró confianza y el miedo desapareció.

No podía calcular la edad que tenía. Era uno de esos rostros en los cuales el tiempo no había dejado cicatrices.

Ella se aproximó lentamente y le dijo algo en un lenguaje que le resultó totalmente desconocido, las palabras brotaban de su boca y él se esforzaba, pero no lograba entender nada.

Seguramente se dio cuenta de ésto porque le ofreció su mano en señal de amistad y le hizo señas de que se levantara y se aproximara a la mesa que estaba en un rincón de la habitación.

Había en ella dos velas encendidas y el olor a café recién hecho y pan tostado de golpe se hizo notar haciendo emitir extraños sonidos a su estómago.

Ella le indicó la silla y se sentó en la otra silla ubicada justo enfrente. Le sirvió el café y tomando una tostada le puso un poco de manteca y se la ofreció.

Tomó el café casi con desesperación, a grandes sorbos, intercalándolo con bocados de tostada. Los ojos de la mujer miraban fijamente su boca, tanto que comenzó a sentirse algo incómodo. 

Ya era suficiente, tenía que salir de allí. Sacó el celular del bolsillo y con pena comprobó que la batería ya se había agotado. Entonces se lo señaló y ella con la cabeza dijo que no.

¿Cómo iba a hacer para explicarle lo que necesitaba?

- Jorge

Dijo poniendo su mano abierta en su pecho

A lo que por toda repuesta recibió una sonrisa.

Se fue acercando lentamente, parecía flotar, su vestido de gasa estampada, con pequeñas flores de color lila, le hizo acordar a las flores que había visto en el bosque. Un perfume a hierbas frescas impregnaba el ambiente y él se sentía totalmente incapaz de moverse. Las manos de la mujer se acercaron a su rostro y comenzaron a acariciarlo con infinita ternura. Sintió tanta paz que ya no le importó salir de allí. Comenzó a olvidarse de todas las palabras que quería decir. Se adentró en la verdes pupilas y pudo ver a través de ellas llanuras, montes, colinas, aguas cristalinas que reflejaban el verde de los árboles. Bebió de esa boca que se le ofrecía generosa. Lentamente comenzó a acariciar ese cuerpo que se escondía bajo el amplio vestido y a descubrir las curvas, los senderos, lo cóncavo y convexo de todas esas formas recubiertas por la ropa.

No supo cuánto tiempo pasó. Había sido todo tan rápido y a la vez todo tan lento. Había caído en esos brazos, como quien cae a un precipicio, habían echo el amor con desenfreno, con dulzura, conociéndose uno al otro, entre risas y entre lágrimas. Entre palabras que se dijeron despacio y ninguno de los dos entendía. Entre gritos y gemidos, mordiéndose, bebiéndose y elevándose hasta caer rendidos.

Lo despertó el canto insistente de un ave que en la copa del árbol parecía desgarrar su garganta para recibir el nuevo día.

La espalda entumecida contra la corteza del árbol, no le permitió incorporarse todo lo rápido que quería.

¿Cómo había llegado otra vez hasta allí?

¿Qué había pasado con la cabaña y la mujer?

\"Su\" mujer, porque había sido suya más que ninguna otra, en su vida.

Aún podía sentir el sabor de sus besos. Su cuerpo delataba las huellas de esa noche. Tenía pequeños moretones que denunciaban las mordidas y algunos rasguños en su espalda.

Tenía que encontrarla. Ya no le importaba tanto el auto y pedir ayuda para llegar a tomar ese nuevo trabajo que le habían ofrecido.

Había perdido totalmente la importancia vivir en la ciudad, en ese departamento lujoso en que lo alojaría la empresa.

Comenzó a gritar y a correr por el camino. La misma soledad del día anterior, los mismos árboles agrupados a los costados, las mismas flores desparramadas por el suelo, todo era igual y sin embargo tan distinto.

Divisó su auto, con el capot levantado y las balizas apagadas, porque seguramente se había agotado la batería. Había un hombre apoyado contra una de las puertas fumando un cigarrillo. El humo ascendía lentamente formando extrañas figuras.

- ¡Amigo! ya he llamado a la policía, debe estar por llegar.

- ¿La policía?¿ Quién es Usted?

- Vi  este auto hace tres días cuando iba a la ciudad, busqué por todos lados tratando de encontrar a su dueño para brindarle alguna asistencia y no pude encontrar a nadie. De vuelta seguía aquí. Me supuse que algo malo le había pasado y llamé a la policía.

- No, estuve en una cabaña, una mujer me hospedó, pero no tenía carga en el teléfono para llamar a nadie y ella no entendía mi idioma. Luego debí caminar dormido hasta el bosque y me encuentro aquí.

-Amigo... no hay ninguna cabaña por acá, se lo puedo asegurar, conozco estos parajes como la palma de mi mano y no vive nadie en estos bosques.

- Pero... ¿la mujer?

Justo en ese momento el auto de la policía se detuvo al lado de su auto. Dos uniformados se bajaron de él y le hicieron relatar los sucesos de los que había sido protagonista.

Los veía mirarse uno al otro de forma irónica, a medida que él avanzaba en su relato, por supuesto omitiendo todo a cerca de esa noche tan apasionada. Los dos sonreían, al igual que el hombre que los había llamado.

-Amigo, debió sufrir alguna especie de alucinación, ¿no comió esos hongos que se encuentran en los troncos de los árboles?

Se sintió molesto y no pudo evitar una mueca de desprecio.

- Mire, hay una leyenda que cuenta de una mujer que hace algunos años tuvo un accidente un poco más allá. Ella tenía una reunión y decidió cortar camino por acá para llegar antes. Parece que se reventó un neumático y su auto fue a dar contra un enorme árbol que se encuentra a algunos kilómetros de aquí.

Le contaron que según decían, era muy hermosa, que tenía una larga cabellera rubia y uno enormes ojos verdes. En el momento del accidente llevaba un vestido con flores lilas, por lo también decían que habían nacido todas esas flores en el bosque. Ella había muerto instantáneamente. Les había costado varios días reunir sus restos. Realmente había sido terrible. Era un caso muy recordado por la policía, por los bomberos y por el personal del hospital.

En varias ocasiones habían comentado que quien pasaba por ese lugar podía verla caminar descalza por el pasto, con un vestido de gasa que parecía flotar y una largo cabello suelto que ondeaba con el viento.

- Ya van a venir a buscarlo, el auxilio llega en cualquier momento.

- Gracias, contestó con el hilo que le quedaba de voz.

Él sabía que no había alucinado. Él sabía en lo profundo de su corazón que todo había sido cierto.

Debía haber un mundo paralelo y una entrada a él en ese bosque, donde ella estaba viva y lo esperaba.

Comenzó a caminar, alejándose del auto. 

Iba en busca de su felicidad.