Faeton

El perchero

En un rincón del cuarto mal iluminado,
y perdido en la negrura de la noche
–que bajo techo es más negra y más noche–,
un viejo perchero observa con ojos cansados
la algarabía de unas motas de polvo que danzan
azuzadas por el haz de luz que filtra la persiana,
interrumpiendo la respiración acezante de la oscuridad.

 

A sus pies el cielo cruje como una alfombra de hojas en el otoño de la pubertad,
y la soledad acecha en cada esquina como una muerte silenciosa.

 

El perchero masculla entre dientes con aire resignado:
"La soledad es discreta incluso para gritarme que estoy solo".

 

Y aunque todo a su alrededor invite al desánimo,
el perchero se mantiene erguido con ese porte majestuoso y decadente
de quien sabe que ha perdido el favor del amo,
pero no la nobleza del siervo.

 

El perchero,
en su descuido y abandono,
extiende sus ramas de árbol seco
implorando unas prendas que vistan su desnudez
o unos harapos que le cuelguen como brazos caídos
ahora que sólo tiene muñones.

 

El invierno no ha pasado en balde para él.
Ha pelado su fronda y lo ha dejado mustio y yerto.

 

Yo,
que lo he conocido,
sé que el perchero se pondría en pie si no se le cayera el alma al suelo.

 

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.