Recuerdo, los mares besando el vientre de la noche,
la estela difusa que se pierde en cada roce de la piel
los códigos musicales de misteriosas caracolas,
y el eco de su respiración.
¡Ella, soñó en mí, navegó mi piel, luego se fue!
¡Yo, humildemente anclé! Encarnado en la luna por siglos,
siempre llena y sonriente.
Sin estrellas avivando su vestido, bordado con hilos infinitos.
Y cuando las lumínicas brillan, se esconde en el misterio de mandalas,
tras constelaciones de gaviotas,
donde saltan los peces y el tigre asombra los cielos.
Otra noche, vi su barca en puerto peregrino,
provocando en mi pecho la esperanza fluctuante
en la gélida espera de sus ojos que calienta mis mañanas.