kavanarudén

Mágica melodía




En la quietud silente de mi habitación, te pienso.

La tenue luz de mi lamparita de noche, ilumina la oscuridad  de mi ser.

Estoy y no estoy.

Siento y no siento.

Vivo y no vivo.

Muero y renazco en un instante.

 

El violín nostálgico, enamorado de Daniel Hope, con sus agudos hace vibrar mi alma enamorada.

Esa mágica música me hace recordar tu cuerpo, tus labios, tu pasión, tu sensualidad, tu figura… tú… tú… solo y únicamente tú… ser de mi ser, alma de mi alma, vida de mi vida.

 

Despliego mis cansadas alas y vuelo lejano a través del horizonte. Atravieso ríos, mares, montes, montañas, bosques, parajes, paisajes, desiertos, nubes y llego hacia ti, amor de mis amores.

Entro en tu respirar y a través de tus pulmones puedo llegar a tu corazón generoso y tus latidos cálidos me acunan, me sosiegan, me protegen, me acarician.

 

Cuán pesado se hace el vivir sin ti.

Solo quiero llegar a la noche, cansado, agotado y abandonarme a mis sueños, en los que puedo, sin mucho empeño encontrarte.

Mi cama es un desierto inmenso donde me pierdo y no encuentro sosiego hasta entregarme en brazos de morfeo.

Temo el alba porque me remueve de mis sueños, me arranca de tu presencia, devolviéndome a mi cruda y cruel realidad. La realidad de no poseerte.

 

Solo cuentos los días en que pueda de nuevo estar a tu lado. Que pueda dormir abrazado a ti, completamente desnudo. Que pueda sentir el calor sensual de tu cuerpo, después del combate eterno del amor. Esos días que quisiera fueran eternos, pero que poco a poco se escapan de mis manos, como la arena de la playa, como el agua de mar, como la brisa suave que quiero atrapar, simplemente un imposible.

 

Descienden las tinieblas, como desciende la soledad en mi corazón errante.

La melodía envuelve mi silencio, como envuelve la neblina tempranera los campos de trigo.

Tu ausencia me aferra con sus dientes afilados, como el tiburón a su inocente presa.

Tu recuerdo refresca mi piel, como las primeras lluvias de mayo a la tierra reseca, agostada, sin agua.

El deseo de tus caricias abrasa, consume, mis entrañas, como el fuego la leña en el invierno.

Cierro mis ojos y tu dulce recuerdo arranca mil lágrimas amargas de mi ser inerme. Solo puedo pronunciar, a través de mis labios resecos, una frase: te amo y te amaré por siempre…