Oscar Perez

Romance de un hombre, un río y su madre

Romance de un hombre, un río y su madre

 

Ay, madre, que viene el río,

ay, madre, que al mar me trae,

donde no hay ya más reveses,

pues nadie sube ni cae,

todo en silencio se extiende,

como al reverso del aire,

donde si graznan las grullas

y hay sirena en las ciudades,

bajo el mar nadie te escucha,

nadie de un grito deshace

la paz de las quietas aguas,

la noche que moja el baile

de los peces suspendidos,

de la medusa flotante

y del tesoro de arena

que allá en el fondo destaque,

con sus cangrejos de bronce,

con sus náufragos sin carnes,

cuerpos de viejos marinos

que abajo son ya almirantes,

o feroces bucaneros

de un tesoro incomparable.

Madre, que a la mar me vengo,

madre, que el río es mi padre

y en los brazos de mi abuelo,

ese océano incansable,

yo buscaré en lo que tengo

para otros mares dejarte.

Un lagrimón es la punta

de este hilo de aguas y sangre,

de este verter por la tierra

mi sudor ya vuelto cauce

y la pena del que encuentra

cerradas puertas al ángel,

al sueño, a las esperanzas

que tanto buscó en los talles

de las noches somnolientas

que se acercan a besarle.

Mi llanto ya se hace río,

ya inunda cielos y valles,

ay, madre, riega el suspiro

para que tu mano me halle

y crea en lo que le cuento

de mi hazaña navegable,

de volverme un solo ruido

de agua y torrente y nave,

que por un cauce imposible,

que allá, en un lecho adorable,

duerma por fin como sueño,

tenga el descanso que nace

de hallar el beso querido,

de hallar el nombre que me ame

y abrir del agua los grifos

que ríos de amor derramen,

y cascadas de buen riego

y rocío perdurable,

que quiero, sembrado y ciego,

ya dejar mi propia llave

abierta para el silencio,

goteando para el que pase

y se diga qué gotera,

qué sed despierta en el aire,

bebamos, buen compañero,

aquí mi vaso me trae,

brindemos por los desiertos

que así, brindando se acaben,

y el agua, por fin, bebiendo,

se haga vida y vida amable.

Que en tanto, lo que yo bebo

es un vaso de vinagre,

ciudades que se empantanan

en mis labios y en mis calles,

deberes que nos marchitan

sin leyes que nos reparen

y un dolor de gente mustia

que llena mil soledades,

con miedos y con vacíos

que hielan, matan y pacen

en los campos de la vida

como si vida albergasen,

hasta que, de un golpe ciego,

las majadas, ciegas, caen.

Por eso, madre, te digo

que esta copa ha de inundarse,

que siento el rumor lejano

de una lluvia que me atrae

con su charco de semillas,

de pianos, miel y cristales,

y me vierte en plena plaza

como un alud que ya lave

las caras y las mejillas

de este mundo miserable

y nos lleve puros, limpios

al fondo en que nadie sabe

cómo vivió o por qué vino

sin amor a abandonarse.

Madre, yo sé y se los digo,

por ti yo puedo confiarles

que el hombre tiene raíces

en sus sueños inefables,

que es gota entre gotas miles

donde una fiel ha de hallarse

para que vuelvan unidos

a ese mar, que es viejo afable,

donde por fin sin más cuitas,

donde por fin sin más trance,

la eternidad bajo el cielo

los funda en forma admirable

en un amor que es posible

porque en el pecho nos cabe

y que llena día a día

la existencia con su clave.

Ay madre, por eso existo,

soy río y mar, soy el sauce

que a orillas de mis dos aguas

espera y canta y renace,

y se va, mientras suspiras,

con tu llanto a consolarte,

madre, mientras llega el día

que de amor mi amor te cante.

Vayamos, que esto es mi vida,

bebamos, que un río me arde.

 

http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/

 

01 05 14