Raúl Daniel

Migajas...

Migajas...

(Historia verídica de N.N. que me relató su hermana la Sta. R.)

 

Creaste en mí, un cielo con palabras dulces,

colmado de estrellas de distintas luces...

y dejé a la niña en tus suaves besos

y a partir de ello me volví mujer.

 

Me hiciste saber que en mi cuerpo había

secretos rescoldos que a tu toque ardían

y me hiciste creer que me moriría

si tu boca estaba lejos de la mía...

 

Y después te fuiste, de a poco, alejando;

fue por tu familia que te iba empujando

a ese precipicio, infierno terrible que fue tu desprecio,

y en el que (implacablemente) me fui desollando.

 

¿Qué importa si tienen, y yo no, dinero?,

¿acaso es que el oro te dirá: -“Te quiero...”

te hará mis caricias... o expondrá mis senos?,

¿él tiene ese fuego con que yo te enciendo...?

 

Después de la lucha, el dolor y la ausencia,

vino la conciencia de que no había muerto,

y entonces mis pasos tomaron el rumbo

de un olvido leve... (pero al fin, olvido).

 

Hoy que estás herido por tus arrogancias,

y los años tienen su peso, me extrañas...

¿Qué te has creído con estos reclamos,

que, en triste lamento, traes a mi oído...?

 

Si quieres saberlo, también aún te amo,

el fuego que un día dejaste encendido

lejos de apagarse me sigue quemando...

pero oye, que también yo tengo que decirte algo.

 

Cuando me tomaste tenía quince años,

y tú, diecisiete (¡nuestras ignorancias juntamos!),

¡todo era tan bello!... y nos enamoramos;

no importaba nada, todo lo podía ese amor tan fuerte.

 

Después me dijiste entender más cosas,

que tenías deberes, que no todo era poesía y rosas...

y yo soy mujer... ¿qué quieres que haga?,

te dejé partir como hacen las hojas al sol que se escapa.

 

Pasaron tres años y llegó David,

un muchacho bueno que veía por mí;

yo no lo quería... pero fue así:

Me tuvo paciencia, cerró mis heridas, me hizo feliz.

 

Debo confesarte que también le amo...

y, aunque para fuegos que queman primero

ha llegado tarde... ha logrado darme

la paz, el sosiego y la tierna dulzura... casi de una madre.

 

No quiero dejarlo... ¡No voy a dejarlo!,

a su lado tengo cimientos y un ancla;

seré lo que él quiera: su esposa o su amante...

y si tú me quieres (ya que con tu fuego me gusta quemarme),

cuando tenga tiempo y él no me requiera...

podría llamarte... y darte migajas.