Raúl Daniel

La cadena del diablo

La Cadena Del Diablo

 

Rosita de linda cara,

cuerpito de mariposa;

en el pueblo eras la moza

por la que más suspiraban

los jóvenes y, a escondidas,

también algunos casados;

no tuviste enamorado,

porque él se fue a Buenos Aires;

y te quedaste pensando

en novelas de la tele...

 

Rosita: ¿por qué creíste

lo que contaban las otras?,

cuando a fin de año venían

trayendo lujosas ropas,

adornadas de oropel,

con colores maquilladas;

relatando alborozadas,

maravillas que, decían,

en las ciudades, lograban

con los sueldos que ganaban...

 

Que sus trabajos honrados,

en casas de potentados,

funcionarios de gobierno,

generosos empresarios,

de familias muy cristianas,

de excelente trato diario,

muy generosamente

pagaban buenos salarios.

 

Y de ahí venía el dinero,

ése, que te mostraron;

con el que además habían

comprado tantos regalos;

y, así, a sus familiares,

padre  y madre halagaron;

¡qué creíble la versión,

cómo te deslumbraron!

 

Rosita: ¡cómo quisiste

vestirte también con raso;

y para la ciudad te fuiste,

tú quisiste dar el paso;

a nadie puedes culpar

de lo que tienes en brazos...

fue parte de tu salario...

y lo deberás aceptar.

 

Rosita, pronto volviste

trayendo tu vil fracaso;

y en el pueblo preguntaron,

con vulgar insinuación:

“-¿Cómo te fue por el mundo?”...

Rosita, ¡cómo caíste

en esa trampa del Diablo,

que el hijo de tu patrona

te dijo que era amor!

 

Y volviste a intentarlo,

pero esta vez fue peor,

ni siquiera de amor

te habló un patrón al violarte;

y, otra vez, salario en brazos,

para el pueblo regresaste.

 

Esta vez no te quedaste

ni siquiera una semana,

dejando toda tu plata

y a tus hijos, te marchaste.

 

Ahora gastas en viajes

más de lo que ganabas,

¿de dónde sale tu plata,

si dormís por las mañanas?;

... no necesitas contarme:

no quiero verte llorando...

tus pronunciadas ojeras,

¡a gritos, me están contando!

 

II

 

Tacos altos, tus zapatos;

tus pantalones, rosados,

muy ceñidos a tu cuerpo

comenzando del ombligo,

cuatro dedos más abajo,

(con un tajo entre las piernas

más profundo que un hachazo),

y en el medio de una nalga,

una mano le han pintado...

¡cómo has caído de bajo!

 

Tu blusa casi no existe

y le llamas “tolerita”,

que negra, con corazones

rojos está adornada;

procurando, así, se exciten

posibles clientes que pasan

a la hora en que transitas

por avenidas y plazas.

 

De a ratos, autos que pasan,

te “levantan” y te pierdes

del paisaje ciudadano;

pero a la hora ya vuelves

andando tranquila al paso,

contorneándote sensual,

con la cara repintada,

mirando aquí... y allá.

 

Rosita... esta Navidad

fuiste otra vez a tu casa;

no llevaste pantalones,

sino un vestido muy largo,

regalos y mucha plata,

que le diste a tu mamá.

¡Cómo abrazaste a tus hijos,

cómo tus ojos lloraron!

 

Después la simple sonrisa

volvió a tu cara lavada,

cuando a la noche, en la mesa,

con tías y primas hablabas:

de tu “amorosa patrona,

que tan bien es que te trata;

en dónde estás trabajando,

¡dónde tan buen sueldo ganas!”

 

¿Por qué no te diste cuenta

que mientras te justificabas:

tu prima, que tiene quince,

con sus ojos que brillaban,

embobada, en tu cara

solamente, se fijaba?...

¡cuidado, qué ella no caiga,

cómo tú, en esa trampa!

 

¿Será que nadie lo hará,

van a seguirlo callando;

no ven lo que están haciendo?:

¡Soldando los eslabones

de la cadena del Diablo!...

Rosita: ¡eslabón de carne

totalmente mancillado...

si pudieras confesarlo!

 

¡Cortarías la cadena

con que las chicas del campo

y de los pueblos pequeños,

una a otra enlazadas:

migran a  las ciudades;

para allí ser mancilladas,

embarazadas, prostituidas

corrompidas y violadas!

 

...Mientras nadie hace nada,

¡dándoles vuelta la cara!