Albin Lainez

templaria

¿Ella es su templo?. Fue que proyectó un alcázar de tanta validez para sí y las otras mismas que decidió, sin pena ni gloria, legar a vecinos de conducta intachable la custodia ad infinitum de su obra maestra. Más tarde, ya despreocupada del asunto, pactó ante los íntimos espejos libertad condicional,  lo que tuvo como corolario que fugó la idea por la que vinimos hasta aquí sin saber a quién recurrir para mayores datos. En tanto, ella emprendía la marcha forzada hacia primitivos antros donde su cabellera sabemos que flota al capricho de las llamas, y cambia de color según el humor de los sobrevivientes. Ella en sí es un lento naufragio de sueños en demasía, pobre la niña cenizada, su lamento de cobres que se eleva en los atardeceres propiciatorios. Cada tanto le remite la enfermedad, y desafía al témpano de ceremonias como si se tratara de algún telón olvidado por la compañía circense cuando mudó con todo, de la noche a la mañana, olvidando hasta los monos que ya caminan entre la domada muchedumbre. Luego arremete con sus fuerzas al límite aunque venga de estar soñando, y se escarcha de frío, frente y perfil verdadero, en un santiamén. Su karma la obliga a estos desengaños, que nadie tendrá en mente para cuando el repaso final, luz blanca blanca con largo túnel prometedor.

Miren, ¿de nuevo tiene la erupción de odio?, tozuda, cabal, y momentánea. No la interrumpanos, podría ser fatal para la consumación,  y no es precisamente eso lo que estábamos buscando