Raúl D'lacroix

Tu

Te conocí y tu voz se quedó grabada en mi alma.

te besé y por primera vez nuestros labios confirmaron la alegría de vivir.

Comenzaste siendo solo un suspiro perdido en los escondidos rincones de mi olvidada alma,

ahora vivo solo del calor de tus caricias y de tus arrebatantes palabras de amor,

te di mi alma con devoción y a cambio tu corazón celosamente puedo custodiar.

 

Tú eres el heraldo de paz que siempre ansíe,

la angustia y el enojo son callados por los coros de amor evocados por tus actos,

enseñas perdón y callas el mal de mi ser con esas dos palabras que conoces,

tus ojos someten la discordia, el error y la duda en las negadas verdades de mi pensamiento

y ahí cubierto de obscuridad, también observan sin detenimiento, la luz de harmonía, verdad y fe.

 

Aprendí con tus caricias que siempre hay esperanza dentro del desprecio,

que siempre hay un rayo de luz y solo basta con cruzar ese umbral de obscuridad,

y que el único edicto que predicas es el de la felicidad que rompe con las cadenas de la tristeza.

 

Me entrenaste en el arte de acompañar más que ser acompañado,

el de entender más que ser entendido;

pero más importante que nada,

me enseñaste a amar más que ser amado.