María

Descenso...

Abatida se entrega a ese desorden de papeles en blanco  y de libros  llorados. No encuentra argumentos que la animen. Se ha fugado su razón de vida. Se siente deshabitada. El espejo le ofrece un rostro gris con ojos secos. Su cuerpo castigado por el tiempo le ruega que insista. Se inclina por un balance y siente que perdió la mitad de su vida anclada en una cima cercana al sol.


Es cierto. Yo la vi allí. Los ajenos la percibían en su esplendor. Pero yo sabía que algo sucedía. Discreta, adherí a la falta de preguntas. Y hoy me lo reprocho ¿Cómo no le marqué que de las cumbres siempre se desciende? Una no puede instalarse en una cresta  indefinidamente. Y hay diferentes estilos a la hora del descenso. Ella, sin quererlo, eligió el más doloroso. Con las alas creadas por su único amado,  ya ausente, quiso volar hacia el Sol para encontrarlo,  desbordada de una felicidad tan recóndita como insensata.


El resto lo conocen todos. Un accidente, un mal paso. Pero hoy leí una carta de “hermana a hermana” que había dejado en casa. Cegada por el Sol siempre había huido de él. Ante derrotas en batallas amorosas se refugiaba en la noche y creaba su día negro sin abrir ventanas, sin ver el cielo, morada del exclusivo hombre que la amó. Esto tampoco la salvó. Había escuchado que si no se puede vencer al enemigo uno debe hacerse su amigo del contrincante. Y esa  era su finalidad: reconciliarse  con el Sol. Pero el Astro Rey sabía de su encono. Ella pagó ese odio con el mismo final que Icaro. Se derritieron sus  alas en pleno ascenso.


Su cuerpo yace en la profundidad del Pacífico. Ironía para alguien que nunca tuvo paz…