ARCÁNGEL

EL MEJOR CAZADOR (Fábula)



Hace muchos años, durante un verano lluvioso, las aguas del lago mayor aumentaron demasiado su nivel, inundando una gran parte del bosque. Muchas de las criaturas que habitaban en él, perdieron sus guaridas y se vieron en la necesidad de subir a las montañas en busca de refugio.

 

En esos días, se encontraban una liebre y un zorro, compitiendo en una carrera por salvar la vida, en las orillas de la montaña. La liebre llevaba ventaja y el zorro poco a poco se quedaba sin la posibilidad de conseguir comida, pero las montañas tienen caminos caprichosos que no siempre conducen a un buen lugar, y en una vuelta equivocada, la liebre terminó acorralada en un despeñadero donde no había espacio suficiente para escapar corriendo. El zorro estaba tan hambriento, que no titubeó al atacar a la libre para alimentarse, y una vez que la ahogó en sus fauces, se dispuso a probar su carne.

 

Antes que el zorro pudiera morder a la liebre, se apareció frente a él, un enorme lobo de pelaje negro. Sus ojos atravesaron al zorro como filosas navajas, y lo intimidaron tanto que tuvo que soltar a su presa y ponerse en guardia. El lobo permaneció inmóvil, aguardando el primer movimiento del zorro para atacar. Entonces el zorro dijo:

 

—Es obvio que frente a ti, no tengo posibilidad de quedarme con la liebre y por eso es que prefiero entregarla. Ahora, si fueras tan amable de dejar que me vaya para no molestarte mientras comes, te lo voy a agradecer.

 

El zorro se acercó por un costado, pero al intentar cruzar por el camino de vuelta, el lobo le cortó el paso, y dijo:

 

—¿Por qué piensas que yo vengo tras la liebre?

 

La amenaza era franca, pero cualquier retraso en las intenciones del lobo, significaba un segundo más de vida para el astuto zorro, y dijo:

 

—Tal parece que la suerte me ha abandonado este día, pero quisiera preguntarte algo antes de que terminemos con este asunto.

 

El lobo sólo esperó y el zorro tomó esto como una buena señal para continuar.

 

—¿Por qué prefieres comer la poca carne que tengo en vez de aprovechar la liebre que además ya sólo espera ser devorada?

 

El lobo olfateó un poco y después contestó con parcas palabras.

 

—Ambos serán mi comida.

 

El zorro continuó aplazando su muerte.

 

—Entonces planeas comer a uno de nosotros aquí mismo, pero esa no es tan buena idea, porque el sitio no tiene más que una salida y también podrías quedar acorralado. No puedes llevarnos  a los dos en tu hocico o te arriesgas a que alguno de tus colegas te quite parte del botín. 

 

El lobo seguía paciente, así que el zorro decidió probar su suerte y tratar de convencer a su enemigo de que le perdonará la vida. El zorro dijo:

 

—Todo esto parece demasiado trabajo, y como cazador te puedo decir, honestamente, que la carne de un zorro hambriento no es una recompensa equivalente a la cantidad de esfuerzo que tendrás que realizar, pero si somos directos, yo haré todo lo posible por dejarte alguna herida que te dificulte las cosas aún más.

 

El lobo olfateó de nuevo y con toda tranquilidad se dispuso a matar al zorro. Las palabras del zorro habían sido ignoradas por completo, pero su advertencia era genuina; él haría todo lo posible por lastimar al lobo en la pelea. Ambos agudizaron sus sentidos para evitar cualquier movimiento en falso; sin embargo, en ese momento, un tercer invitado se unió al festín.

 

Un fuerte rugido se escuchó detrás de unos arbustos y entre el movimiento de la hierba, apareció la figura imponente de un oso pardo. Esto no fue suficiente para asustar a los cánidos, que vieron la aparición del oso como algo predecible.

 

—Debe ser un día de mucha suerte –dijo el oso y se relamió los labios–. Hace tiempo que no tengo una caza tan singular. Creo que dejaré a la liebre para el desayuno de mañana.

 

El oso avanzó con su voluminoso cuerpo, pero antes de llegar a donde estaba el lobo, la tierra, que se encontraba saturada de agua por la lluvia, se reblandeció y se desplazó un poco hacia el acantilado. El movimiento sorprendió a todos los presentes, entonces el zorro habló de nuevo a favor de su vida.

 

—Creo que la comida tendrá que esperar un poco más a menos que quieran buscarla en el fondo del barranco. Así que les propongo que veamos la posibilidad de salir todos de la orilla y después retomar las negociaciones...

 

—¡De ninguna manera! –interrumpió el oso, alzando la voz–. La única forma que tienen para salir de aquí, es en mi estómago o si es el caso, entre mis colmillos.

 

—Estás muy confiado de que podrás matarnos a los dos –contestó el zorro, seguro de lo que sabía–, pero si avanzas más hacia nosotros, los tres caeremos al barranco, y si ambos nos dirigimos corriendo hacia ti, al menos uno podrá salir vivo, lo cual me da más posibilidades a mí por ser de menor tamaño.

 

El oso guardó silencio; no le gustaba darse cuenta que sus cálculos habían fallado. Entonces fue el turno para hablar del lobo y dirigiéndose al zorro dijo:

 

—Te arrancaré la cabeza antes que puedas llegar al oso; tú no saldrás de este lugar con vida.

 

—Y el oso te matará a ti después de que acabes conmigo –replicó el zorro–. ¿Acaso ya encontraste la forma de evadirlo tú solo?

 

—No tengo porqué hacerlo, el oso también morirá.

 

El oso se rió con burla al escuchar la amenaza de un animal menor que él en tamaño y fuerza, y dijo:

 

—No tienes ninguna oportunidad conmigo, asquerosa sabandija...

 

El lobo lo interrumpió y le mostró sus afilados colmillos; después dijo:

 

—Los muertos no hablan así que ya deberías callarte.

 

Las palabras del lobo sacaron de quicio al oso, quién se abalanzó en su contra para de devorarlo, pero como ya estaba anunciado, la tierra cedió ante el peso y los tres cayeron por el barranco.

 

Después de un rato, cuando la tierra se acomodó de nuevo, en el fondo del barranco apareció el cuerpo sin vida del zorro, y más allá, el lobo rascaba la tierra para sacar a la liebre de donde quedó enterrada. La posición y agilidad del lobo le permitió escapar del alud por una orilla y sortear la caída con un mínimo de heridas; suerte que no acompañó al zorro, quién se encontraba más cerca de la orilla y fue arrastrado por todo el peso del lodo. Una vez rescatadas ambas presas, el lobo comenzó a mordisquear el estómago de la liebre.

 

—Te dije que no tenías oportunidad conmigo –dijo el oso después de levantarse de entre los escombros–. Ahora te mataré lentamente y me comeré a los tres aquí mismo.

 

El lobo soltó la presa y dijo con toda calma:

 

—Para ser un cadáver haces demasiado ruido. ¿Tienes idea qué es lo que me hace mejor cazador que tú?

 

El oso atacó al lobo, pero este lo esquivó con facilidad, y se repitió varias veces el mismo ataque con el mismo resultado. El lobo se paró en un montón de escombros y miró desde arriba al oso, después dijo:

 

—Lo que me hace realmente fuerte, es que yo no acostumbro a cazar solo.

 

Dicho esto, en el montículo aparecieron cinco lobos más, del mismo tamaño e igual fiereza que el primero, y entre los seis abatieron al oso después que lo cansaron. El lobo que sirvió como señuelo recibió su parte de carne y al zorro y liebre como porciones extras.




Jorge.