María

De celos y conjuros

Aún con su esposa al lado miraba jovencitas  notoriamente. La mujer, todavía lozana y en su esplendor, celosa, visitó a una anciana “hechicera”. Cada mañana debía verter diez gotas de una pócima en el café de su marido.


Al décimo día el hombre amaneció con una especie de orejeras, como las se les colocan a los caballos. Solo las distinguía su compañera, nadie más las detectaba. “Mágicamente” pasó a contemplar solamente a su esposa quien  debía abonarle a la “bruja”  una cuota mensual.


La señora creyó que en un año había cancelado su pago, tal como se había pactado. Pero luego de ese lapso desaparecieron  las “orejeras” y su esposo retomó el vicio. Ella no tuvo más opción que negociar con la anciana  “hechicera” un pacto injusto y cruel: a cambio de su propia juventud se aseguraba la mirada exclusiva del marido. Pagó un alto costo, pero por otro lado comenzó a sentir una paz única.