Diaz Valero Alejandro José

El río, el mar y la ribera

 

Un río adolorido

en su inmadurez

salió confundido

a quejarse una vez,

contando sus penas

a la mar serena

con gran altivez.

Contó a su manera

que allá en sus riberas

no había pasto fresco

ni flores nuevas…

Que allá el odio impera

y que al paso de su corriente

 a veces presiente

que lo atropellan.

Y el mar sin demora

asumió el ultraje

y en furioso oleaje

fue hasta la ribera

para en cierta manera

allí intervenir,

sin saber siquiera

que el río en su quejadera

era capaz de mentir…

Aquel río inmaduro

confundió al mar ingenuo

que le faltó ingenio

cuando actuó con apuro.

 

Ante tanta “sampablera”

el mar como pudo,

desafiando al mundo

fue a hasta la  ribera.

Ella al verlo, habló de esta manera:

¿Porqué esa marcha tan ligera?

deje señor mar ese ímpetu bravío,

que ya mucho corrió el río

tropezando entre las piedras;

deje que corra por las laderas

y enfrente sus pormenores

porque los asuntos de amores

son asuntos de pareja.

Deje tranquilo al río

y vaya a sus profundidades

piense que hay navíos

que reclaman su oleaje.

Déjenos en este paisaje

entre flores y pastos

en el mundo nato

de nuestro lenguaje.

 

Siempre el rio y sus riberas

en su mundo salvaje,

han hecho en distintas eras

un perfecto engranaje.

Así que amigo, siga su viaje;

nada de zancadillas,

que allá en sus orillas

está su paraje.


Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Maracaibo, Venezuela