Oscar Perez

Nueva versión de la lectura

Nueva versión de la lectura

 

¿Cuánto falta, lector, para que acabes con el libro?

Ayer ni lo tomaste, vino ella,

se amaron, discutieron, las cosas que hacen siempre,

y, luego, antes de dormir, pensaste un poco

y, como con eso nada avanzas, simplemente te dormiste.

¿Cuánto falta, lector, para que acabes con el libro?

Hoy debes trabajar, el jefe asedia

tu mesa y tus papeles y tus cuentas,

tu madre llama para quejarse de su asma,

al almuerzo vas al bar con los muchachos,

oyes chismes, lamentas que el dinero se te acabe

y vuelves, como todos, más callado que contento.

¿Cuánto falta, lector, para que acabes con el libro?

Ya marchas rumbo a casa, el metro apesta,

va lleno de empleados, de madres que regresan

con sus hijos del colegio y van pensando en qué se cena.

La calle luego, silenciosa, inerte,

con las primeras luces encendidas por tu alcalde,

con los primeros guardias merodeando ante las casas

y algún enamorado al que lo espera ella en la esquina.

¿Cuánto falta, lector, para que acabes con el libro?

Abres la puerta, la casa huele a moho,

pones la radio, el partido ya termina,

se anuncia una huelga general de editoriales,

tú cenas, lavas los platos, das la vuelta

por cada habitación para que todo esté seguro,

te desnudas, te pones tu pijama,

te has lavado los dientes, dices tus oraciones,

y otra vez vas pensando en lo que dijo ella o no te dijo.

Tomas el libro, los personajes se atropellan,

raudamente ocupan posiciones,

la dama en el balcón, el padre en su escritorio

y el asesino apenas escondido tras la puerta.

¿Cuánto falta, lector, para que acabes con el libro?

Sólo que ya todos son más viejos, la dama

no recuerda a quien espera, el padre,

ya borracho, se ha dormido, y el asesino, sigiloso,

tiene necesidad de entrar a un baño urgentemente.

Tú ríes, tú bostezas, avanzas unas hojas,

te has cansado, no ves que tú también ya estás muriendo,

no ves que alrededor se cae el mundo y que mañana

si no llegas, alguien más ocupará tu puesto.

¿Cuánto falta, lector, para que acabes con el libro?

Cuando llegó la policía, había

una mujer tendida y muerta en el segundo piso,

en el estudio un hombre viejo y ya sin vida

y tras la puerta un delincuente sin prontuario y fallecido,

cuya familia hacia tiempo presentara

una demanda por presunta desgracia o abandono,

pues no volvió nunca a su casa ni a sus ocho pequeñitos.

Y ni el fiscal, que era bueno para los libros policiales,

notó en el dormitorio el libro abierto,

las páginas finales y pendientes,

el marca páginas caído bajo el catre

y el viejo olor a moho de esas casas de libreros.

¿Cuánto falta, lector, para que acabes con el libro?

Hasta esa frase subrayada fue ignorada

por los agentes de homicidios que, veloces,

dieron vuelta toda la casa en busca

de los verdaderos y secretos asesinos.

 

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21 02 14