Raúl Daniel

Seguiré escribiendo...

Cuentan que a un niño adolescente,

por predicar a Jesucristo en Turquía,

torturaron y le cortaron la lengua,

y al no poder hablar de su Señor,

por las paredes lo escribía...

 

Sus perseguidores no le dieron tregua,

lo apresaron nuevamente... y los dedos le cortaron...

Él, sangrando y ya muriendo,

en las paredes de la celda,

con la sangre que brotaba de sus miembros

continuó escribiendo...

 

La devoción que poseía le compelía a alabar al Salvador

y lo hizo hasta el último momento.

 

En el piso de la celda, sobre un charco rojo,

hallaron los despojos de este verdadero adorador

que, con letras torcidas había escrito por todas partes

(y hasta el último momento de su vida)

la frase: “Dios es amor”.

 

Terrible ejemplo que constriñe

y riñe con nuestra cómoda posición.

Pensamos que es suficiente

si adoramos al Señor el domingo,

y conformamos nuestra mente

dándole a él un rato de ese día,

para el resto de ése y la semana toda,

hacer lo mismo que hace toda la gente...

¡Qué hipocresía!...

 

¿A quién, con esto, engañaremos?,

si no lo creo yo, que soy humano:

¿Tragará Dios esta píldora...?

 

¿Qué será que habrá pensado ese niño,

que en su dolor seguía escribiendo aún sin dedos...?

y, en designio fatal, ejecutó su decisión mortal,

a precio tal, que superó toda razón, todo valor?

 

¿Cómo poder enfrentarnos al espejo

que nos enrostra su conducta?,

¿cómo no cargar de esta historia un dejo

de vergüenza, que a nuestra poca fe enluta?

 

¿Hasta cuándo, y en la libertad que  tenemos,

no haremos lo que nos pidió el Señor

a través de sus siervos ¡ya hace dos milenios:

Predicar su Evangelio a tiempo y fuera de tiempo!?

 

Entonces... ¿Qué haremos...?

¡Arrepintámonos en oración y llanto,

salemos y brillemos como Él mandó,

combatiendo el error y predicando,

y esto haremos...

si es verdad que tenemos al Espíritu Santo!

 

Yo por mi parte, además,

continuaré escribiendo, hermanos;

nada ni nadie me lo impedirá:

¡Ni aunque me corten las manos!