Josefina 46

LA MUSA DE MIS ESTROFAS

 En la pasada primavera

cuatro rosas primorosas

nacieron en mi jardín,

variopintas y olorosas,

ribeteadas de carmín.


Cada día al despertar

sentía la imperiosa necesidad

de contemplar su fulgor y lozanía

viendo pasar los días.


Llegó el otoño y las cuatro rosas

seguían bellas, firmes y vigorosas

y a mediados de diciembre

tres de ellas perdieron sus hojas.


Sin embargo la cuarta rosa,

la más alta, la más hermosa

permanecía igual de luminosa

siendo la musa de mis estrofas.


Y llegó el gélido invierno

y la solitaria ros resistiendo

las inclemencias del tiempo,

parecía una reina o una diosa

con su cáliz mirando al cielo.


Y cada noche al acostarme

sentía por ella el alma encogida

pues quizá mañana al levantarme

la encontrara por la tierra tendida.


Y pensaba en la rosa con devoción

como vivo ejemplo de superación

donde el tiempo la dejó desolada

y un tanto envejecida y arrugada.


Pero ella seguía tan radiante

como si quisiera demostrarme

con su infinita fuerza y valor

que hay que seguir adelante

hasta más allá del dolor.


A la mañana siguiente

me despedí de ella con el corazón,

la acerque a mis labios suavemente

poniendo en ella un beso de pasión.


Y decidí poner fin a mi sufrir

viéndola tanto tiempo resistir,

la separé de su verde tallo

y con ella entre mis manos

a San Luís se la ofrecí.


Fina