Raúl Daniel

La Alabanza Del Árbol

Hace semanas comencé a sospecharlo

y, apurado (hacia arriba), estiré otra rama;

quería llegar más alto, quería

alcanzar a ese sol que se escapaba

cada día más temprano.

 

Los últimos frutos maduraba

como despedida al verano que se iba.

 

Los vientos, paulatinamente

me fueron deshojando

y el primer copo blanco me trajo la noticia

(aunque no lo era tanto),

ya que todos los años sucede lo mismo, y

últimamente me estoy acostumbrando.

 

Hoy pasaron muchos pájaros

y varios de ellos, en mis ramas,

por un rato, descansaron;

cantaban, como siempre lo hacen,

pues les place... y me placen,

(no sé si con eso pagan el breve hospedaje,

no pregunté, tampoco me informaron).

 

Hoy no llovió como ayer,

y con el clima tibio aproveché

y ahondé mis raíces en el suelo;

encontré nuevo alimento,

húmedo y tierno... y me alegré.

 

En la cuarta rama que da al oriente,

a unos pocos centímetros del tronco

se oyen permanentemente

(en el nido que allí está), a tres pichones

que reclaman a sus padres,

aunque éstos los proveen;

y en el alboroto, entre mi follaje,

sus plumones esparcen.

 

Aquí estoy, después de la hondonada,

en una parte alta,

y es todo un privilegio,

pues una ladera cercana me resguarda

de los más feroces vientos;

cerca pasa un camino, y me entretengo

de vez en cuando, cobijando a los viajeros.

 

De noche, en el silencio,

me visitan las lechuzas y los búhos,

y a las zorras, entre los pastos veo;

pero lo que más me gusta

es el celestial océano de estrellas...

y cuando la luna sale:

que su plata me envuelva.

 

¡Si fuera hombre me gustaría ser poeta,

para cantar la belleza de la tierra!

Sería canto de gozo en primavera,

cuando todo reverdea...

y los colores explotan...

y el amor de todo se apodera.

 

Sería canto fuerte en el verano,

cuando el labriego al campo ataca

y hace saltar al alimento de la tierra.

 

Pero soy árbol y canto a mi manera,

en tenue silbo...

cada vez que el aire, conmigo, juega,

... y con las aves y el arroyo

hacemos la orquesta.

 

Si fuera hombre me gustaría ser profeta,

para decirle a todos

¡que nunca cesará la sementera!

... Pero soy árbol y entonces hago

frutas que semillas encierran.

 

Soy árbol y doy gracias a Dios

que así me hiciera

pues mi vida no cesa,

y si nadie me cortare

podría estar aquí hasta que Él vuelva.

 

Así que, mientras espero,

me seguiré estirando... y estirando,

creciendo con paciencia,

disfrutando experiencias...

como la de hoy, en que un joven

escribió en mi corteza,

con un acero: “Jesús te ama”,

... mientras lo hacía, cantaba,

... y, a mí, no me dolió... para nada.