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La Amistad.

Habiendo ya completado sus estudios, dos discípulos se separan con gran tristeza, porque habían crecido juntos en aquél Ashram,  y la amistad se había forjado en el corazón de cada uno de ellos.

Siguiendo sus caminos distintos, después de muchos años, uno de ellos se convierte en un prospero comerciante de telas, mientras que el otro sigue el camino espiritual.

Los dos toman la vida matrimonial, tienen esposa, hijos, pero la vida para el ya maestro es muy precaria, mientras que el comerciante vive en abundancia.

Cierto día, la esposa del maestro le sugiere que vaya a visitar a su amigo de infancia, el comerciante, porque quizás, aquél, les pueda ayudar. Al final de muchas negativas, el maestro accede a los deseos de la esposa, quizás, también por la necesidad y hambruna que estaban viviendo.

—Toma, lleva esto para tu amigo  —le dice la esposa al maestro—, entregándole un cesto con alguna fruta, aunque fuera solo lo que les quedaba.

El maestro caminó durante dos días y ya casi desfallecido, termina por comer las frutas que eran para su amigo.

Al llegar y llamar a la puerta de la casa del comerciante, le atiende un sirviente que, al ver la pobre indumentaria que vestía, casi se niega a atenderle, a no ser por la pronta intervención eufórica del amigo comerciante:

—Mi gran amigo! Que sorpresa más agradable que vengas a verme! Entre, entre…

Los dos charlan amigablemente y el comerciante le invita a que se quede por unos días, pero el maestro no tiene el coraje de pedirle nada.

—Veo que me has traído algo —le dijo el comerciante al ver el cesto de frutas—.

—Estoy muy avergonzado querido amigo —comenta el maestro—, te hubiera traído frutas, pero el hambre no me lo permitió, pues de otra forma no hubiera llegado.

—No te preocupes querido maestro, el cesto es igualmente un regalo precioso —sensibilizó el comerciante.

Por dos días el comerciante impidió que el maestro se fuera, y el maestro conservó el respeto de no molestar al amigo con sus problemas.

En el camino a casa, el maestro iba pensando cómo decirle a su esposa que no había tenido el coraje de pedirle ayuda al amigo. “Es una buena mujer”, pensaba.

Al llegar a su casa, el maestro observa algo muy raro. Ya no era su casa, sino que había una nueva en su lugar. Extrañado, llama a la puerta y sale su mujer:

—Amado esposo —dijo emocionada, abrazándolo—. Tu amigo, el comerciante, nos ha construido esta nueva casa! Y nos ha dejado muchas provisiones. Tuviste el coraje de pedirle todo eso?

—No, querida esposa, cuando la amistad es verdadera, no hay secretos que puedan ser bien guardados, ya que has entregado la llave de tu corazón en ella