Donaciano Bueno

A orillas del rio Arandilla

Por la vereda del río
en un angosto sendero,
voy bordeando la orilla
de un afluente del Duero
de nombre rio Arandilla,
contento ¡que maravilla!
¡qué paseo más placentero!

 

Vuela un pájaro y sonrío
¿será un gorrión o jilguero?
¡qué más da! tirando millas
avanzo entre la florecillas
que yo aparto con esmero,
el sol en el cielo grita,
mi calva raudo palpita
y yo me pongo el sombrero.

 

Y el río en una curvita
se convierte en riachuelo,
el agua va a ras del suelo
cadencioso y bullanguero
sorteando una piedrita
da un brinco, cae y recita
un tintinear canturero,
hace un rápido requiebro
y sigue por su sendita.

 

Metros más allá dormita
apacible, como en duelo.
El agua amable, quietita,
sueña con la luz del cielo,
una brisa suavecita
le besa en su terciopelo,
flotando helechos tiritan
y algunas flores marchitas
vigilando están en celo.

 

Y de pronto un gusarapo
con anima tempranera
me desafia, es un sapo
retozando en la ladera.
Al mirarme el muy tunante,
da un impulso hacia adelante,
pega un salto y cae al agua,
en un círculo desagua
y por poco no me empapo.

 

En este mi caminar
a los lados veo pasar
juncos y cañaverales,
chopos, sauces. Los trigales
me saludan al pasar.
A la derecha, la hermita
de san Antón ¡qué bonita!

 

A otro lado es un cabrero
que con la bota me invita
a un trago. Y de esa guita
me acomodo en la pradera,
me tumbo en la cabecera
de una rosa rebonita,
me ajusto bien el sombrero,
echo una cabezadita,
¡esto es la gloria bendita!
¡esto es el séptimo cielo!