Toro Valiente

A mi madrecita

 


A mi madrecita 

              Pedro Eladio Pereira


Mi madre mira a lo lejos 
y su mirada se pierde
más allá del horizonte 
como si no viera nada.
Sus ojos se han vuelto opacos 
con el paso de los años;
cada surco de su rostro 
es la huella de un recuerdo.
Sus labios ya no sonríen
y pareciera que el tiempo
les ha robado alegría.
No está triste, sólo ausente,
encerrada en nuevo mundo
de evocaciones lejanas
que se mezclan en desorden…
Pero es la misma mujer
que se entregó por entero
a su esposo y a sus hijos.
Es la misma a quien la vida
le reservó muy temprano
la más excelsa misión:
ser madre amorosa y buena.
Es la misma que dejó
su adolescencia y su casa
para fundar un hogar. 
Es la misma que tenía
una mirada profunda,
de ojos negros y brillantes.
La de sonrisa chispeante
que iluminaba mi vida.
La que al mismo tiempo exhibía 
una mano suave y dura
que me ha sabido guiar
con firmeza y con ternura.
Es la mujer que cumplía
cien roles sin protestar.
Ama de casa, mamá, 
esposa, mejor niñera,
cocinera, lavandera, 
maestra, buena asesora, 
sicóloga y limpiadora,
confesora y consejera.
Su cerebro le jugó 
una muy mala pasada:
se llamó a jubilación
anticipada y forzosa. 
Y a más de tres mil días
de intensa y fecunda vida 
quiso hacerla descansar
de tanto esfuerzo empleado,
de tanto amor regalado, 
de tanta dedicación, 
de tanta energía dada.
Hoy quisiera que abandones
el merecido descanso,
mamita hermosa y querida. 
Necesito tus regaños
para encaminar mi vida,
necesito tu sonrisa 
para disipar las nubes
que oscurecen mi camino.
Necesito tu dulzura
pero también tu firmeza, 
y no tengo vergüenza alguna
para decirte ante todos: 
necesito a mi niñera, 
a mi primera maestra,
y necesito que escuches
como única consejera
mis dudas y titubeos;
que me ayudes a expulsar
mis demonios y mis miedos.
Necesito repasar
mis primeras oraciones,
aquellas que me enseñaste
apenas pude pronunciar
el nombre de Jesucristo.
Y quiero rememorar 
los deberes y lecciones
que traía de la escuela.
Aunque todo es un pretexto
y lo que en verdad deseo
es volver a ser un niño
y como tal disfrutar
de sin par prerrogativa:
En el nido suave y tibio
de tu regazo de madre
reclinarme para soñar
en un mundo sin maldades
donde todo es justo y bueno,
donde no existen dolores
ni males ni decepciones
ni se lloran las ausencias
ni se permiten traidores.
soñar, mi madre querida,
ya que sólo es fantasía,
que estás velando mi sueño,
mi sueño de niño grande
que te ama y te venera,
que con voz tierna de infante
pero cariño maduro
te dice el Día de la Madre:
¡Salud, Doña Tranquilina!