Raúl Daniel

Ojitos Color Café

Ojitos color café, mirada buena;

casi una niña pasaste por mí,

yo también tenía pocas experiencias...

y no te retuve, dejando que fueras:

una de las tantas mujeres que tuve...

con cara morena.

 

Y ahora, ¡qué pena!...

perdida entre miles de caras morenas,

¡cuán tarde me acuerdo de tus manos tiernas!

... y, en mi memoria, apareces llena

de esa dulzura que tanto me dieras...

¡Cómo no entendí!...

 

¡Oh, si yo pudiera regresar a un tiempo

en que te tuviera!...

¡Cómo lo quisiera, aunque me perdiera

la otra locura que, después de ti,

mis malos caminos, conocer me hicieran!...

 

Locura muy blanca, pero nada buena,

con los ojos verdes que más envenenan;

locura que casi me quita la vida,

haciendo que todos mis bienes perdiera.

 

Ahora que me cuesta que pasen las noches,

porque a mi memoria los recuerdos llegan,

alejando al sueño... y haciendo un derroche

de tiempo en las vueltas que da mi cabeza,

hallando en la almohada tan sólo molestias...

 

¡Tú te me apareces en las noches ésas!...

tu imagen... girando y buscando en mi mente:

el lugar del olvido donde antes viviera,

¡pedazo de pieza del rompecabezas,

que no fue ubicado adonde debiera!

 

Ojitos opacos que apenas tuvieran

la luz necesaria para hacerte buena...

¡quieras o no quieras!...

¡de cualquier manera!...

¡así, tú, aprendiste!...

¡sólo así, tú, eras!...

 

Nunca traicionaste, tu amor fue sincero;

tu amor que me dabas, sin medirlo, todo...

¡hasta que yo quiera!...

 

Y ahora que pueblan mis noches vacías,

tus ojos obscuros y tu piel trigueña;

recuerdo: ¡tú fuiste honrada, tranquila, dispuesta

y , sumisa, hiciste todos mis caprichos...

¡tú me complaciste!...

 

Yo no preguntaba si tú lo querías,

sólo te lo hacía... ¡cómo yo quisiera,

así nomás era!... y tú: ¡satisfecha!...

pues, tanto te abrías, tanto te entregabas,

que tú lo gozabas: ¡fuera como fuera!...

 

Ojitos color café, cuerpito que trabajara,

cual roja tierra montés, y que mis manos labraran;

del que comía y bebía hasta que me saciaba...

¡qué ruin he sido contigo!, como te abandoné,

no me compadecí de tu pena...

¿de qué me sirve ahora, ¡el dolor de darme cuenta!?...

 

Me fui detrás de esos ojos de esmeraldas que marean,

y que fríos resultaron, como frías son las piedras.

 

Y tú: ¿por qué no luchaste, pequeña cara morena?,

¡dócilmente permitiste que de tu vida me fuera!...

 

Cuerpito de blanda tierra que sus frutitas me diera

y el surco de carne abriera para albergar mi simiente,

bien adentro de tu vientre, ¡caliente tierra dorada

en perpetua primavera!

 

Tus pechos y tus caderas, montes que transitaba,

deslizándome a los valles ardientes de los placeres;

que en un total abandono me brindabas...

como ninguna otra, jamás, lo hizo...

de las demás mujeres...

que después de ti, tuviera...

 

Tus laboriosas manitas que mi lugar atendieran,

que creías era tu hogar... y con primor revistieras

y adornaras con amor... bordando y tejiendo bellas

carpetitas y cortinas... muy limpitas... todas ellas...

 

Manos pacientes que amaran mi voluntad

y, obedientes, me acariciaban con calma,

tocándome hasta el alma;

llegando a construir la paz, que a tu lado tuviera...

 

¡Oh, esas manitas tostadas!, como quisiera tenerlas

otra vez entre las mías; y apretarlas o besarlas

o ¡aunque sea sólo verlas!

 

Ojitos color café... carita buena:

quisiera que Dios hiciera que el tiempo retrocediera...

para quedarme en tus ojos, para abrazarte con fuerza...

¡y no salirme, por siempre

de entre tus piernas morenas!