Ella y yo tenemos algo en común, nos pensamos.
Sé que ella me sueña y que por las noches extraña mi contacto, desde que las estrellas comienzan a anunciar la noche añora mirarme como antaño, despeinada y enojada porque la alarma interrumpió nuestros abrazos.
Sé que me llora porque me mira tiritando muy lejos suyo, porque sabe que algún día su recuerdo no me torturará el corazón y que al verla la veré con cierta melancolía, aquella que sentí cuando la hice estremecer de deseo en mis brazos por vez primera.
Sé que me ama porque sus labios aún esperan el regreso de los míos, porque cada día le ruega a Dios que sea el último y que al final del túnel sean mis manos la que la lleven a salvo a casa.
Sé tanto de nosotras y por más que la distancia se interponga, la espero. La espero como mi madre esperó a papá luego de correr hacía los brazos de otra mujer; así la espero, siendo una ilusa creyendo que el viento regresará lo que se llevó.