Alberto Moll

Nuestro lago

 

Languidece la tarde

tiñendo de amatista tus pupilas.

Se arrebola la lámina serena

de este espejo de cósmicos azules

que atesora en su fondo los rubíes

que encendió nuestro amor en sus riberas.

 

En danza etérea de sombríos velos

la noche avanza.

Desde su oscuro manto vaporoso

se desprenden luciérnagas celestes

que caen sobre las ondas cristalinas.

Y, suavemente,

la gran moneda argéntea de la noche

sale a alumbrar la seda de tu rostro.

 

Con mórbidos reflejos,

las confidentes aguas generosas

contemplan nuestras cálidas caricias

que embalsaman de hechizos otra noche,...

...otra noche de amor...

Y así, en tiernas penumbras junto al lago,

los destellos de luz de nuestros besos

van a unirse a los brillos de los astros

navegantes sobre el cristal dormido.