Carlos Fernando

Vivir, y no morir

 

 

No entendemos la muerte

y nos espanta.

Nos aterra la idea

de no sentir, de no mirar,

de permanecer inmóviles,

atados de las manos,

con los pies yertos,

nos aterra el rostro

de los muertos,  los labios

que enmudecen para siempre 

¿Qué sentirá el que muere

en el trance de dejar el cuerpo

que le envuelve?

¿Será como nacer?

¿Será un dolor profundo?

¿Será como  afirman aquellos

\"que volvieron de la muerte\",

un apacible abrazo,

una intensa luz iluminando

el túnel pavoroso

que conduce el alma del difunto

hacia la Presencia Eterna?

¿Se sentirá angustiado

aquel que se muere?

¿Tendrá consciencia?

O una vez que se deja la vida,

nada sucede. Y el suicida…

será que al dejar esta vida

en su necio afán padecerá

tormento  y no descanso?

¿Será que el Aqueronte,

ese mítico barquero,

transporta en un madero

flotante, el alma del muerto?

Ante la incertidumbre

del trance de morir, ¿no será acaso,

mejor vivir mientras se nos concede?

Si hemos de ser juzgados

por un Supremo Juez; será mejor

acumular virtudes que

atesorar defectos, si de los hechos

personales el corazón

habrá de ser pesado,

y si hemos de escuchar

un veredicto final, ¿no sería

mejor acumular Haber,

que Saldo por pagar?

Porque hasta los que fundan

su confianza en un korbán

santificado para salvarlos

de pecado, saben: Que no todos

entrarán en el reposo,

si no están vestidos para la boda.

Vivamos entonces mientras

tengamos vida, pero hagámoslo

conservando el decoro

de la costumbre buena,

que Bueno es Dios quien

cada día nos renueva la visa

y nos permite estar en esta Tierra

al mantener ligada el alma

al cuerpo unida. Vivamos

intensamente con decencia

que la muerte nos acecha

a cada instante, y nadie

sabe la hora ni la fecha,

cuando la hebra de plata

se destrence, como dice

el Kohelet , y el cuenco, se rompa

al golpear contra la fuente

y caiga al pozo. Cuando el polvo

 vuelva al polvo de donde

fue tomado, y el espíritu le

sea devuelto a Aquel de Quien procede.