Raúl Daniel

Levántame, Señor!

Padre, por un momento, he caído

y mi mano al cielo estiro,

esperando, por Ti, ser levantado.

 

Levántate, Señor, como un gigante;

¡Tú no defraudarás a quién te ha amado!;

montarás en tu querubín alado

y, en las ondas del viento,

navegarás a mi lado.

 

Contarás el tiempo necesario

y ni un segundo más

permitirás mi sufrimiento,

sino que me edificarás,

cual monumento,

para estupor del adversario.

 

Eres el Dios más poderoso,

justamente: El Todopoderoso;

y nunca has dejado que tus hijos

soporten más de lo preciso,

sino que, todo lo contrario;

acercas siempre el mayor gozo

en la victoria, y esto, a diario.

 

Constrúyeme como una torre,

sobre el cimiento de tu Hijo:

la piedra base que, inamovible,

sostiene todo el edificio;

afirma mi corazón en tu palabra,

y dámela como bandera,

con tu amor llena mi alma,

¡con tu amor entrañable y tangible!

y enséñame, para que pueda,

¡también yo, amar a tu manera!

 

Ya que en tu gracia perdonaste,

en El Calvario, mis pecados,

clavándolos en la madera;

quiero poner, también hoy, en tus manos

el gran dolor que me desvela.

 

Tú eres mi consolador,

mi amigo fiel, alto muro

de ciudad amurallada,

gran escudo y también espada;

¡a Ti acudo!, cúbreme con tus alas

en mi momento de apuro,

... sé que lo harás y lo espero;

me levantarás, ¡estoy seguro!

 

Hiciste las estrellas...

y al mar diste lugar...

¡No tengo ninguna duda,

que me vas a levantar!