Sara (Bar literario)

Del vicio y su lejanía

Hacer el poema:

Dejemos que vuelen los pájaros. Apuntemos su corazón con una flecha. Y hagamos que llueva...

Ausencia.

Rueda la calle en la huella del andante. Se lleva en su nada, la sombra del beso que escaló por la pared y murió en el graffitti de la heroica tristeza.

[Si pudiera hablar de mi alegría, el trapecio de mi pecho sería un ángel de manos  secas]

Reliquia del tiempo se sienta en mi regazo. Acuno el vuelo del pájaro. Y lo mato.

Quién murió dentro de mí? Fui yo, la que creía en la lontananza de un sueño y lo colgaba en una palabra para mantenerla alejada por siempre de mí.

O fui la que escribió una carta con la paráfrasis mortuoria de una apología escrita por el triunfo del anonimato?

Fui la vela, la perla sostenida por la madre que no pudo comprar zapatos. Pero en su cuello lleva, la vida de desconsuelos -que en giros de glorias y falsos desenfrenos- solo para ella escribí.

 

Mudarme de este dolor. Sacarlo a la calle, colgarlo como carne seca. Hacer una fogata de sentidos y diluir mi silencio en la errata que es amar a todo y quedarnos sin sitio -para señalar el lugar exacto-

 

De la trampa siniestra con la que vendimos a la vida. [Espejo ciego de horas infinitas]

Nadie me cree. Pero al dormir, solo hay un arpegio de ondas blancas que simulan el mar de donde vinimos.

Nada...

Dolor: Has venido a mi casa y has pintado con tu sangre este callejón de arena. En el que  me encuentro perdida.

 

Y si de algo sirve, aclaro: Toda esta evangelización de metáforas no ha podido curarme del verbo apócrifo de la poesía.

La palabra es la cuerda que mece al alma. Pero nunca toca al suelo.