Gustavo Martinez Deschamps

CÓNFER, el miedo, el amor y las fieras.

No es nada más que un ser mortal, que en su limitada vida a forjado los aromas su belleza, sabiéndola entregar sin siquiera imaginar que desgarra en su fútil definición toda tristeza, y aferrado a las calladas horas de aula donde los espejismos maquillistas se proclaman, sortilegio de tu edén creado en el silencio y los sueños que creo nuestros más te adoran. Pero ¡maldición!... Al fin y al cabo, terminada esta procesión de cobardía y dulce abismo, marchitase la ilusión y el maquillaje con que fuese construido este imperio de aforismos; no queda menos, un espectro que al filo de otra dimensión te adora cubierto tras malezas, no queda más, ni una sombra en la función, ni la corta fijación que creímos gran riqueza… 

 

Y los días siguen, mirándote muy de cerca como si un soplo de vida viniera a descamisar,  un alma que callada se tortura, con un beso en la locura y el ansia de sí misma entibar, donde inevitablemente desploman sueños del vientre y canibalizan entre si los diantres. Tardes donde el sol supo reverenciarse sobre el mar y forzad más mi vista al despedirte,    y con la típica sonrisa muda, soñando que sos más feliz y quizás más bella en otro lugar… porque no se hacia dónde vas, pero vas deshollejando la mortalidad que sobre ti camufla, un furor eterno de hermosura donde la mirada es indulgente, y el placer toco su cumbre y tu risa se hace lumbre para santificar los muertos que sus almas penan. Yo, soy de esas tristes ánimas que cuando cae la noche el viento le es resumen  de elegías, pero mira amada mía que aún queda algo en mí de apreciación a la belleza, aún queda poco de ilusión y de inocencia en cobardía; aún queda poco quizás, un pálido torso del amor.

 

Pero quien sino yo, el culpable de forjarte monumentos, de creerte divinidad y extraviarte en mi silencio. Quien, sino yo, busca en los desdenes de placeres más imbéciles e impíos, razón a destejerte de mí sien. Cobarde y despreciable, de sí; porque mi temor yace en tenerte. Por quien sino tú, mascara de marfil, pétalos de rosa en los labios, labios envueltos en fuego, torso de alabastro, ¿quién podría despedirte y no pagar condena en el bastardo seno de su acción?... ¿quién sería sino yo, vuestra quimera, vesania en fuego que se ha probado en otros cuerpos desgastar? …pero, ¿Quién sino, un malvado dios? tornaría sobre tu imagen a forjar mi pena, destrozar mis alacenas… porque, ¿Quién sino tú? Que de rubíes y fundido oro se compone tu cabellera, que mi cielo llora auroras tributadas en amor y que a veces eres viento que despeina los tejados, tonta y distraída susurras lo pagano que resulta mi entramado y absurdamente me brinda una puntada certera el desconsuelo en cuanto se rifan en mi los truenos. Serias el mejor testaferro y más traidor que abrirá  su boca para humedecerse los dedos y así las manos de oprimir las llagas.

 

Y tú, Linda, seguirás tu camino y senda, forjaras en otro amor la riendas, vivirás en un placer pasivo y querer sentado… porque veo premonición de muerte en tus besos, como la copa del trono en que posa un dulce veneno que lloverá en tenerte y matara al perderte. Como los cantos de sirenas, manjar de dulces hiedras, como dormirse sobre adelfas.