Raúl Daniel

La Luna Bella

El horizonte arqueado lanza al cielo,

cual saeta, su moneda de plata.

 

La luna avanza y rodando pasa

constelaciones y mil galaxias.

 

Rueda la Luna y rodando llega

hasta la laguna y allí se queda.

 

Donde refleja la misma cara

de su moneda...

que duplicada, cae mecida

al ritmo suave del agua clara...

y adormilada queda en la cuna

de camalotes llenos de espuma.

 

La Luna espera a que la noche

crezca en estrellas

y eclosione en constelaciones,

la Luna reina  quiere doncellas.

 

Y, en amalgama, con ella hermanan,

entre juncos, ranas que corean y claman...

y, alborozados, plenilunizados insectos danzan,

en vericuetos que al aire trazan.

 

Todo es bonanza... Como encantado,

el panorama canta y descansa.

 

La Luna Bella baña la tierra

con el reflejo de su belleza

y la embelesa con fina lluvia...

de luz que pesa...

Ella bien sabe que sólo es reina

por una noche, y goza radiante

su blanco sueño de cenicienta.

 

Sabe, le espera la muerte roja,

en pocas horas, ¡aunque no quiera!

 

La Luna logra su encantamiento

con los que al cielo miran del suelo

de esta tierra, y tienen sueños...

o sienten miedos...

y hasta a los tiernos enamorados

los hipnotiza, y les crea versos muy inspirados

que, en sus desvelos,

se creen dueños de lo creado;

no saben ellos... ¡qué es la luna!...

y, sólo fueron utilizados.

 

Rueda la Luna, y rodando pasa

por las ventanas de nuestra casa,

baña la cama... y llena de escamas

las fantasías de las pasiones que nos abrazan...

Cambian tus ojos y te pareces a una gata

que se retuerce, regocijada por mis amores.

 

La Luna nace, pero se muere

como Ave Fénix resucitando,

siempre naciendo, siempre muriendo,

siempre creciendo, siempre menguando;

tal vez sea nueva,  tal vez sea llena,

tal vez la Luna sea sólo vieja.

 

Pero no se oye de ella una sola queja,

sólo refleja la luz solar;

sólo ilumina para alumbrar.

La Luna bella es una lámpara

que Dios ha hecho ¡y nada más!

 

La Luna viaja hacia los cielos

de otros lugares

y Dios le ordena ¡que no se pare!