Lissi

BAJO LA SOMBRA DE LA BUGANVILIA XIV

A pesar de que era Luz Elena la más inquieta por marchar a la ciudad, fue Cecilia la primera en irse, ella emprendería el entrenamiento para hacerse enfermera.  Nuevos horizontes se perfilarían por allá, decían algunos  pioneros en la gran urbe.  Casi todos sus primos y  primas se habían marchado para buscar oportunidades de trabajo, pero…Elena deseaba, una mejor preparación escolar para sus hijas. 

 

 

Elena no dejaba de pensar cómo le haría para pagar los estudios de su hija menor.  —Tendré que retomar mi trabajo de costurerà…— se decía con preocupación, ya que las cuotas eran altas para el bajo presupuesto en efectivo que ella manejaba.  Si bien la hacienda producía, buena parte de la cosecha se utilizaba para el mantenimiento de la misma; en el pueblo no había mucha gente con la que pudieran hacer negocios y Emilio ya empezaba a manifestar los achaques de la edad, así que resolvió parte del problema dedicándose también a la elaboración de pan, un mercado poco explotado. 

 

 

Con los nuevos ingresos logró enviar a Luz Elena al colegio donde estaría interna para no causarle gastos a la familia de su hermano, veía con cierta molestia la llegada  de la jovencita a la capital quien estudiaría en el mismo colegio que sus hijas.  Aunque el país estaba un poco revuelto por diferencias políticas, el pueblo era tranquilo, se podía trabajar sin presiones así que Elena confiaba en que saldrían siempre adelante. 

 

 

Emilio no la contrarió, se limitó a sentarse bajo la buganvilia y pidió a Dios la protección para sus amadas hijas.  Juan acompañó a su madre y a sus hermanas un domingo por la tarde para que tomaran el ferrocarril y pudiesen estar temprano una en el hospital del gobierno para proseguir con su entrenamiento y la otra en el colegio para señoritas donde le enseñarían idiomas y otras normas de etiqueta para poder desempeñarse después en alguna importante oficina. 

 

 

Elena recomendó a la directora a su joven hija, además solicitó le hiciera paciencia con los pagos ya que en la hacienda dependían mucho de la cosecha y a su vez de la lluvia que por el pueblo de La Fortuna a veces no llovía tanto. Lucecita, como le decía su madre, se dio a querer pronto, era tan aplicada y aprendía rápido.  La vida en el internado era tan diferente a lo que se vivía en el campo pero eso no le afectó en nada adaptándose muy bien al cambio.

 

 

El tiempo pasó y cada una de las hijas del matrimonio García, era el apellido de Emilio y Elena, cumplieron con el compromiso de prepararse.  Cecilia regresó al pueblo donde meses después contrajo matrimonio.  Luz Elena se quedó en la capital para desempeñarse en una compañía importante que la envió de viaje a otro país por algún tiempo.  Ella regresó a su pueblo a vacacionar, llevó nuevas ideas para mejorar la hacienda y adquirir aparatos innovadores porque ya había llegado la energía eléctrica a todas las poblaciones y por supuesto a La Fortuna.  Su madre ya no cosía ajeno, solamente para la familia y  hasta tuvo una máquina eléctrica, pero conservó la otra para heredarla cuando sus posibles nietas aprendieran el oficio. 

 

 

Emilio vivió cerca de cien años, conoció a los nietos que le dio Cecilia y disfrutó también de los adelantos de la tecnología, aunque con cierta resistencia al principio.  Vio como sus bueyes y el arado eran cambiados por un tractor, que se empleaban desgranadoras mecánicas en vez de las callosas manos de sus peones, pero sus famosos quesos seguían procesándose igual.  Una tarde decide ir al río para darse un baño, pero una gélida corriente perturba el momento y regresa a casa muy cansado.  Durante algunos días no se sintió bien y sus ojos empezaron a apagarse, se quedó en cama preocupando a todos; el final estaba por llegar.  Emilio se durmió eternamente dejando un gran legado de trabajo tesonero. 

 

 

Elena también permaneció en la casona durante mucho tiempo, resguardando su amor de madre que se volcaba completamente en los nietos.  Cabe mencionar que Juan le acompañó hasta que encontró una mujer con la cual formó un hogar lejos de la hacienda familiar, a una edad bastante madura por lo que Elena se preocupó un poco; ella conocía bien lo que era estar unida a alguien mucho mayor. Siguió con su rutina compartiendo sus habilidades con Cecilia, tanto en la cocina como en la costura pero su hija solamente se dedicó a ayudarla en esas faenas, más nunca adquirió las destrezas para dedicarse a ello. Elena la servicial esposa, madre abnegada, generosa hermana y amorosa tía, cerró sus ojos precisamente en el mes de su cumpleaños con un Ave María en los labios; recomendando cuidados para la buganvilia de su esperanza.

 

FIN.