Hoy recuerdo aquel día,
día en que nos conocimos
y unidas nuestras manos
labramos nuestro destino.
Hoy recuerdo aquel otoño
bajo el verde de los pinos
que te decía entre sollozos
¡no me dejes nunca cariño!
Yo no creo en el destino
ni en eso que llaman suerte,
pero si en el Dios divino
que me hizo quererte.
Y navegamos por el mar de la vida
aferrados a los remos sin soltarlos,
luchando contra los elementos
sin vencernos ni cansarnos.
Y llegamos a buen puerto
y una torre de amor edificamos,
refugio de nuestros hijos y nietos
y del amor que nos juramos.
Y en ella pasaré el resto de mis días
pensando en nuestros logros, vida mía,
y en un tiempo de felicidad compartida
que llenaron todos los días de mi vida.
¡Y aunque juntas nuestras manos
nunca volverán a estar,
en mi corazón seguirá encendida la llama
de aquel instante, Divino despertar
que ni el tiempo ni la distancia
jamás podrán borrar!
Fina