La Armadura de Yahvé.
Pater Noster...
Me vi entonces en un plano libre de toda alma humana. Me paré con fuerza, cerré los ojos; un viento acérrimo y gélido golpeó mi rostro, cambiando mi semblante como el de un guerrero listo para la batalla. En mi mano izquierda -curioso que estuviera ahí, pues soy diestro-, con vehemencia empuñaba una espada con extraños grabados. Era mi única arma... Mi pecho estaba descubierto; y entre murmullos, sabía que tres demonios me atacarían. Tenían ya el permiso de lastimarme. Tuve miedo. Por mi espina, el sudor de la muerte recorría sin porfiar con alguna vértebra, preparando mi templo para combatir aquellos espíritus malignos.
Sin más dilación, sentí al primer demonio agarrar mi antebrazo izquierdo, aquel que empuñaba mi arma. Sentí como sus garras me arañaban la extremidad. No podía verle, pero podía sentirle cerca, pero, al saber donde estaba, mi puño derecho buscó entre el invisible rostro hirsuto. ¡Por Dios! En realidad estaba luchando contra un demonio. Después de percibirlo, agarré su antebrazo izquierdo para inmovilizarlo, quedando entonces forcejeando ferozmente por la espada. El demonio se enfocaba en mi arma, quería que estuviera inerme. Logré darle un golpe al rostro, pero eso lo enardeció más. Me dije: \"¡Logré hacerle daño!\". Adquirí entonces más valor al saber que tendría alguna posibilidad. Aconteció que, el demonio utilizó toda su fuerza en mi brazo izquierdo; logró voltear la espada hacia mí, con la punta directamente al corazón. Al ver mi vida en riesgo, empecé a gruñir de la impotencia, frenando la estocada. Grité y, con lo último de mis fuerzas, empujé al demonio; cuanto me vi libre, no dudé en partirlo a la mitad con la hoja de mi arma. ¡Jamás me había sentido tan poderoso! La espada no era de este mundo, pues cortaba el viento con una fina sutileza
Jadeando, agitado y con el corazón taquicárdico; sabía que faltaban otros dos por vencer..., mi pseudovictoria duró poco. Volví a sentir, pero ahora eran dos presencias... ¡¿Cómo iba a vencerles, si mi fuerza estaba desgastada por luchar con un demonio?! Me sentía endeble y exhausto.
Los otros dos demonios me empujaron con ímpetu. A mis posibilidades, pasé un buen tiempo golpeando el aire, sin acertar ni un solo golpe. Se movían a mi alrededor, escuchaba sus murmullos..., me estaban cansando...
Me di cuenta que no podría solo, por lo tanto y por irónico que parezca en mi persona, me sentí con fe. Miré al cielo azul: claro, fresco y apacible. Levanté mi frente junto con mi espada, la extendí al cielo y grité a Yahvé: \"¡Señor! ¡Tú sabes que no puedo solo! ¡Estos demonios han venido por mi alma! ¡Ayúdame pues, oh, gran Yahvé, Dios de los ejércitos, a vencerles!\". De pronto, el cielo era todo luz; acuciante y cegadora en su totalidad. Descendió lentamente con el brillo del sol, la armadura de Yahvé -realmente tenía forma de armadura-. Me aproximé a la luz, estiré mi mano y toqué la armadura dorada. La armadura se transformó como en una \"luz líquida\" que fue absorbida por mi cuerpo. Grité nuevamente: \"¡Me he puesto la armadura de Yahvé! ¡Nada visible o invisible puede tocarme ahora!\". Con la fuerza de Dios de mi lado y la fe en mi corazón, apreté fuertemente mi espada, que ahora, como fuego relucía. Sin saber en donde estaban los demonios, hice dos movimientos y, en dos tajos, sentí como cortaba aquellas pieles que parecían indemnes. Se esfumaron las presencias., aunque, una de ellas parecía irse riendo. Estaba solo de nuevo, pero, con la convicción que de ahora en adelante, soy portador de la armadura de Yahvé; con la cual, podré enfrentarme sin temor a cualquier destino fatídico.
BL.