Santi Piedra

Pétalos sobre el césped

 

Vi caer los pétalos sobre el césped, lentos, tristes.

No había más,

un eco inmenso que llevaba consigo el fatal estruendo.

No pude llegar a ver su rostro,

pero sufrí y sentí su sufrimiento.

Vi volar su vida, extinguirse.

 

Era un día radiante, esplendido,

nada podía avistar lo que estaba sucediendo,

nadie podía prevenir semejante pesadilla.

Mientras lentamente moría, vi su rostro a lo lejos,

su mirada clavada en el verdugo,

quien con arma en mano,

destripaba lo poco que quedaba de luz en sus ojos.

 

Cuanta frialdad, cuanto terror.

Los segundos de pánico en momentos como este

parecen horas, días.

Rodeado de un mar de sangre,

logré escurrirme entre los maizales,

creyendo que nadie me seguía.

Pobre iluso en mi afán por salvarme.

No hay escapatoria cuando la muerte llama.

 

¿Qué hicimos? ¿Por qué tanta crueldad?

En esta guerra,

las preguntas son puntos infinitos

con respuestas silenciadas en el tiempo.

Tantos culpables y victimarios,

nosotros, un caso más.

Lo pasarán en las noticias de medio día,

olvidados,

con el gol a último minuto de algún equipo de segunda.

 

Sentí el dolor apoderarse de mi alma,

una tenue calma me dio esperanzas de poder escapar,

pensé,  encontrar un lugar seguro en este campo sanguinario.

Escurrí mi vida a cada paso, a cada respiro.

No paso un minuto, cuando me vi mirando el cielo.

Amarrado de pies y manos,

sin saber que decir, que hacer.

Viendo todo lo que había sido mí vida,

mis seres queridos, esparcidos por el piso,

comida de moscas y gusanos, me deje ir,

deje de sentir.

 

Así,

morimos muchos campesinos en este país de mierda,

sin explicaciones.

Simplemente,

somos parte de un listado negro.

Una hectárea de tierra más, un estorbo menos.