Vicente Martín Martín

Será tan de mañana como tu piel desnuda

Será tan de mañana como tu piel desnuda,

tan de mañana, sí, que no habrá puesto la escarcha

su corazón de fruta en los balcones.

Y vendrá.

No tendrá el mismo aspecto de alondra que tú tienes

ni traerá de la mano al religioso que confiesa a los náufragos,

pero vendrá,

vendrá como un arroyo de octubre y tendré miedo,

llegará incluso antes de que se hayan marchado

los pájaros del huerto y tendré miedo,

la invitaré a mi mesa y tendré miedo

le ofreceré una copa de vino muy añejo,

le diré de los líderes que luchan por la propiedad de la tierra

y la desobediencia de los débiles

y al fin

le contaré de mí,

diré

que aún conservo la vieja costumbre

de abrocharme los ojos cuando llueve,

que he rozado las nubes

y acariciado el aire,

le diré con qué fuerza he amado y de cuántos halagos

me tuve que librar para no hundirme.

Y yo sé que vendrá con un montón de ciudades de la mano

y querrá ser afable, y tendré miedo,

mirará hacia otro lado cuando escuche cómo ladran los perros

y acaso encontrará en mis bolsillos la moneda del tamaño de un sueño

y no sabrá de qué barco la he robado.

Dirá

no tengo prisa,

cierra bien la ventanas y procura

no olvidarte de nada,

comprueba si el color amarillo sigue siendo

tu pretexto maldito, si aún conservas

el arroz de los árboles,

los bailes bajo el agua y las migajas

que dejan en los párpados los trigos de la tarde.

Y me hablará de aquello que ella sabe que aún tirita en mi cuerpo,

me hablará de mis hijos,

de este horror a perderlos que me anega los ojos,

del mar que penetraba en la sangre por sus bordes más altos

cuando faltó la madre,

de ti

y de tu incierta mirada de nieve derretida

de tus densos desvelos, de la extraña

conjunción de tus pechos desnudos con los astros.

Pero a pesar de todo tendré miedo,

miedo a la incertidumbre que la luz origina,

miedo a los archiduques que dibujan abedules de púrpura,

miedo a la somnolencia que producen los sonidos alófonos,

miedo a la terquedad,

a la impaciencia efímera,

miedo a la inmensidad, a las ortigas, a los muslos de musgo, a las coimas

que comparten su amor, sus complacencias

y sus vientres de plata.

 

Y será así, será tan de mañana

como tu piel desnuda

y mojará sus dedos sobre mi tez de anciano

mientras esperas tú,

ínsula toda,

recién fundada música de clavecín y flauta,

a que crezcan las rosas azules en el patio.