yoel alejandro

Judas

Amanece,las sábanas expelen el rancio hedor de la nostalgia,antes viajera,

ahora autóctona de su país de apagadas luciérnagas.

Bebe el café,amargo como los trágicos inviernos del páramo,estruja la hoja caída del árbol,la llama

vida,la nombra sombra,muerte anticipada y sin sepulcro,

Se levanta y el cuerpo cae en un vacío sideral, se harta de opio hasta los párpados,

se escapa del mundo y entra en el infierno de los trenes voladores.

Repta por toda la casa,vomita el café en el cuarto de baño,sonríe una lágrima por el marco azulado

de sus ojos,está triste,sueña con cabezas sumergidas en botellas de cognac,bálsamo para el que quiere

olvidar y luego morir jugando a la alquimia de juntar líquidos y sólidos.

Cuelga de la pendiente,aún viaja con Icaro y el sol derritiéndose en sus manos,carga las maletas,

el disfraz,las monedas y toma el camino menos largo hacia Caronte.