Josel Martinez

Días de huida sin descanso

Me he vuelto hacia mi caverna.
Hay telarañas.
Pero no hay arácnidos.
A esos los maté hace tiempo. 
Ahora me miro en el espejo primitivo: el agua del lago.
Tomo un sorbo y me sabe tan dulcemente salada.
El retrato se deshace con las ondas.
Estoy a punto de regresar a la caverna.
Pero todos esos dibujos, esas inscripciones... ya no las veo igual.
Hay una caja negra al final de la cueva.
Arriba de ella está una tarjeta fosforescente, que dice:
Para ti de tí mismo.
Me siento a un lado de la piel de tigre que pelé hace un rato y me rasco la cabeza.
Palpo la caja; no sé que hacer con ella.
La abro, no la abro, la abro, no la abro. 
Al final, la curiosidad venció al miedo y la abrí.

Inmediatamente me levanté de donde estaba, tapé la entrada de la caverna con una roca gigante,
tomé la lanza que hice esta mañana con una piedra que me encontré en el bosque 
y me fui a un rincón de la cueva, alerta, vigilando durante toda la noche.