Joseph Mercier García

LA COMUNIÓN DE IVÁN

La gente se apiñaba en la plaza;

padre, madre y comulgante

entraron por delante,

con el estruendo de las campanas.

 

En la iglesia entraron todos:

niñas de blanca vestimenta

y niños de marina chaqueta,

caminando unos tras otros.

 

Al fondo aguardaba el cura,

rodeado de padres expectantes

que habían acudido elegantes

a ver cómo sus hijos comulgan.

 

Hora y media duró la misa,

entre charlas sabias y lecturas

que alaban a Dios en las alturas,

mas allí hubo llanto y hubo risa.

 

El acto finalizó aplaudido,

entre abrazos y besos

y fotos de cerca y de lejos,

aunque la gente temblaba de frío.

 

Con las tripas ya rotas,

se marcharon con hambre

cada cual a su restaurante

a ponerse bien las botas.

 

Despachamos un menú riquísimo.

Éramos veintiuno:

catorce adultos

y siete niños monísimos.

 

La fiesta llegó al final,

con la música a tope,

el Gagnam Style a galope

y unas copitas de más.

 

Entre bailes se movían,

pocos quedaban cuerdos

pero allí quedó el recuerdo

de la comunión de Iván.

 

El sabor de una gran fiesta,

y la huella de una familia,

algo más que un feliz día

que acabó en una gran siesta.

 

J.M. García

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