Oscar Perez

La tierra

La tierra

 

La tierra, la tierra, la tierra nos busca,

girando, quemando su luz cada día

y a veces sucede que somos la tierra

y andamos hallando un lugar despejado.

La tierra, la tierra es un fruto dorado,

que cae, que muere, que nace en la boca,

su jugo nos nutre, su pulpa nos sacia

y a veces es ella quien come en nosotros.

Cantamos sin ocio, lavamos las nubes

y el tiempo en los polos no es como la aurora,

sino que se estanca en los hielos del pecho

y en vez de entibiarse congela los sueños.

La rauda estrategia de estar en la tierra

es ver que no somos ni dueños ni esclavos,

es dar con la puerta que en ella abre el cielo,

que a veces es tierra sobre un digno muerto,

que a veces es grito en mitad de la plaza,

que a veces es mártir silencio encriptado.

La tierra me gusta, escondía de niño

mi mano en su arcilla, mi boca en su suelo,

y echado en el césped de fértil infancia

sabía que el mundo podía ser nuestro.

Cabalgo la tierra en mis sueños de niño,

recorro la tierra en la busca de un ángel,

de un cuerpo desnudo de hermosa muchacha,

de un honesto espejo en que mirar mis yerros.

La tierra es perfume que nombra al ausente,

cual rosa hecha polvo que aroma en la casa,

o trigo hecho viento en el oro de un ave,

o agreste madera en el pecho del fuego.

Menuda, constante, adherida a los huesos,

al ancla de un barco, a las hélices roncas

de un avión o un auto que devora el tiempo,

es nuestra y ajena, nosotros sabemos

que ni nuestros somos, entonces no es nada

que a veces la tierra nos deje sin surco,

sin fruto, sin pesca, sin más minería,

sin nueva palabra en el cordial asombro.

No es raro si somos nosotros los necios

que echamos al agua el vergel de este suelo,

al mar las ciudades, el foso y las flores

y el fruto al abismo que aguarda en el cieno.

La tierra es la espalda del cielo que espera

volver por nosotros, cambiarnos de luna,

la tierra es el fósil de un sueño futuro

en que todos caben de pie y sin guardianes,

aremos su pecho, reguemos sus hojas,

cambiemos de lado el temblor de sus montes,

nunca más un sismo en la noche de dudas,

ni un alud en medio del beso infinito.

Te amamos, tú, tierra, tú tienes que amarnos,

del barro en que cantas ya fuimos tus hijos,

ahora en la sangre llevamos tu sello,

por eso en tenerte no hay otro sentido

que amar a la madre que cuelga alimentos,

que entrar a la tumba como a un viejo cine

en que en el libreto sales de la escena,

pero vuelves pronto convertida en hijo.

Un aplauso, tierra, la función no acaba,

sólo un papel tienes, solemne y temprana,

darnos tu pan, tierra, que nosotros vamos

por  ti a ser trigales en manos del fuego,

la ronda se eleva por todos los pueblos,

pues nadie se rinde al espacio de un hombre,

gemimos, llamamos, tenemos futuro,

la tierra, la tierra, ya somos la tierra.

 

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13 08 13