Antonio Fernández López

TODAVÍA SIGO AQUÍ.-

 

 

     Todavía sigo aquí, plantado, como un árbol,

luciendo cara al viento

- definición precisa,

carnet diferencial inconfundible -,

estos ramajes de miseria,

sucumbiendo, a fin de cuentas,

en el profundo entramado de raíces

que, inevitablemente,

acceden a la vida en la medida que se alejan de mis manos.

    

     Es cierto. Todavía sigo aquí, como un cristal,

como una espina viva,

doloroso puñal de trasparencia;

alzado, suspendido, ingrávido de luz,

buscando como un loco un espacio de sombra:

de reposo, de consuelo,

para lamer recuerdos como heridas.

Sólo, entonces, cupieran otros mundos en mi mente-laberinto,

nuevos focos de luz,

simientes de futuro.

 

     No lo puedo negar. Todavía sigo aquí y estoy temblando.

Conozco al enemigo como si se tratara de mi hermano:

sus ojos luminosos que miran como el hielo,

cuchillos que amenazan, los dedos de sus manos,

su engañosa sonrisa que oculta lo que busca

bajo una ambigua máscara de falsa mansedumbre.

 

     Desde aquí siento el miedo incrustado como un clavo

porque adivino el gesto implícito

que acecha imperturbable tras la esquina

esperando el instante preciso, el punto justo,

la exacta coyuntura,

capaz de hacer mortal el zarpazo homicida.

 

     Desde esta altura vaga,

apenas transformado en ilusión de hoja

- frágilidad de cuerpo, verde sombra de vida-,

como si se tratara de la peste,

mis atributos me abandonan en dirección desconocida.

Estoy, por tanto, completamente inválido,

suspendido en el vacío

y a pecho descubierto,

con toda la silueta a contraluz.

 

¡Es la hora fatídica del árbitro asesino!.